UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 13 Oct 2013 12:50 AM PDT
Los encéfalos no tienen partes duras por lo que raramente fosilizan. Casi todo lo que sabemos de su evolución se basa en moldes de los cráneos que los contienen y que nos permiten saber su volumen total y el de sus grandes divisiones. Así hemos podido conocer la diferente capacidad craneal de los homínidos o sospechar que Tyrannosaurus rex tenía un buen olfato porque el volumen de la cavidad que alojaba sus bulbos olfatorios era muy grande, incluso tras corregir por el peso del animal. El cerebro tiene muy poca sustancia intercelular, su consistencia es baja, es muy blando, tiene una alta proporción de grasa y las propias células cerebrales están cargadas de proteínas y enzimas. Una vez que el corazón se para y el cerebro deja de recibir oxígeno y sustancias nutritivas, su degeneración empieza inmediatamente y los patólogos consideran que es el primer órgano en licuarse. En agosto de 2008, arqueólogos británicos excavando terrenos de un nuevo campus para la Universidad de York encontraron un cráneo con algo amarillento dentro: era el cerebro. En ese tiempo, el encéfalo, denominado el cerebro de Heslington, se había reducido a una cuarta parte de su volumen original pero las estructuras cerebrales eran claramente identificables. El propietario de ese cerebro había sido ahorcado y decapitado en la Edad del Hierro (entre 673 y 482 a.C.) y enterrado en una tumba inundada. El análisis ultraestructural reveló estructuras tubulares que pudieran corresponder a vainas de mielina y el análisis químico demostró que algunos péptidos presentes en neurofilamentos podían también distinguirse a pesar del tiempo transcurrido y las malas condiciones de preservación. Recientemente hemos dado un salto hacia atrás y se han hallado cerebros humanos en Seyitömer Höyük, un poblado de la edad del Bronce cercano a la ciudad de Kütahya, famosa por sus azulejos y cerámicas y situada en la parte occidental de la península de Anatolia. La datación estratigráfica corresponde a unos 4.000 años de antigüedad, lo que fue comprobado con técnicas de luminiscencia en las muestras que dieron también una datación entre el 1900 y el 2.000 antes de Cristo, 1500 años anterior al cerebro de Heslington. Los cerebros hallados en Turquía están negros y endurecidos con el aspecto de una esponja carbonizada pero con la textura de la madera. Lo que sucedió en Seyitömer Höyük es muy diferente. Los esqueletos se encontraron en una capa de sedimento que contenía objetos carbonizados de madera. Puesto que la zona tiene actividad sísmica se piensa que un terremoto arrasó el asentamiento sepultando a sus habitantes y después, como sucede en los seísmos actuales que destruyen una ciudad, el fuego se extendió entre los escombros. Las llamas eliminaron el oxígeno que había quedado entre los restos y también cocieron el cerebro en sus propios fluidos que el fuego fue también evaporando. La ausencia de humedad y oxígeno impidieron una degradación posterior de los tejidos. El último factor, determinante al parecer, es que el suelo del yacimiento es rico de forma natural en sales alcalinas de potasio, magnesio, aluminio y boro. Estos elementos reaccionan con los ácidos grasos de las células del cadáver (palmítico, oleico y esteárico) formando una sustancia de aspecto jabonoso denominada adipocira. La adipocira es una modificación de la putrefacción y se produce una modificación de los tejidos que toman un aspecto graso-céreo al principio y que con el paso de los meses o años se torna duro y friable, inhibiendo la putrefacción bacteriana tal como se observa en estos encéfalos. El estudio con cromatografía permitió comprobar que las grasas estaban saturadas y los frágiles ácidos grasos insaturados estaban protegidos por la presencia en el suelo de esos metales traza, en particular el boro. La tomografía computarizada permitió comprobar la preservación de tejido diencefálico, metencefálico (cerebelo y el puente) y corteza occipital en uno de los especímenes mejor preservados. El boro se ha utilizado intencionalmente como preservante en algunas momias incluida la de Tutankhamón y Kütahya es famosa por sus minas de boro que dan el magnífico acabado a sus azulejos. Su presencia natural en el suelo y sus propiedades como repelente de insectos, antibacteriano y su resistencia al fuego le convirtieron en un factor para la conservación de los cerebros afectados por el calor como si hubiesen sido convertidos en una especie de cerámica orgánica, una bioporcelana en palabras de los investigadores responsables del hallazgo. La importancia que tienen estos hallazgos de tejido nervioso preservado es abrir la puerta a que se puedan localizar más cerebros de esa antigüedad y poder estudiar la presencia de procesos neuropatológicos que dejen una señal en la anatomía cerebral, tales como tumores, hemorragias o algunas enfermedades. Además de los casos anteriormente mencionados se ha hallado tejido cerebral en algunos cadáveres sumergidos en turberas y en las momias incas enterradas a gran altura pero son casos muy posteriores, de nuestra era. Los primeros casos se deben al parecer a sumergir los restos en las turberas donde no hay apenas oxígeno y quizá algunos factores fisiológicos de propio individuo como enfermedades o hambruna. En el caso de las niñas incas como Juanita, parece que fue asesinada en el lugar de su enterramiento, a esa gran altura, con lo que su cuerpo se enfrió inmediatamente después de muerte, congelándose con presteza. Juanita fue encontrada durante una ascensión al Monte Ampato (6.309 metros de altitud) dentro de un cráter al que habría caído desde un lugar de sacrificio inca en la cima. La fractura de su cráneo se produjo mientras estaba arrodillada y las heridas eran similares " a las de alguien que ha sido golpeado con un bate de béisbol", una macana en realidad. El cuerpo de Juanita se encuentra en el Museo Santuario de Altura del Sur Andino de la Universidad Católica de Santa María de Arequipa, Perú donde también se conservan las momias de "Urpicha" ('palomita', hallada en el volcán Pichu Pichu de Arequipa), "Sarita" (encontrada en el volcán Sara Sara, en Ayacucho) y otras cinco mujeres halladas en el volcán Misti . Hay también otras momias de niñas y niños incas en Salta (Argentina) y en el Museo Nacional de Historia Natural de Chile. Viendo sus frágiles cuerpos, la belleza que la muerte no consiguió arrebatar es imposible no sentir tristeza por esos sacrificios a los dioses, por pasar de jugar, de enamorarse y tener hijos, a ser una pieza de un museo. Para leer más:
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