Nuestra madre, que siempre estuvo muy orgullosa de que sus hijas se dedicaran a la enseñanza, en los últimos tiempos tiene una actitud bastante pesimista sobre la educación derivada de lo que lee o escucha en los medios. Cada vez más repite "se está volviendo a mis tiempos", y, de inmediato nos relata a hijos y nietos sus recuerdos escolares.
Nos dice que en su aldea había dos escuelas, la nacional y la de pago. Luego, cuando le preguntamos la cuál iba, nos contesta que las dos con mucho sacrificio por parte de su familia. En la nacional recuerda que tuvo una maestra muy buena que era viuda de guerra; una buena mujer que les hablaba de mundos para ellos desconocidos, que les enseñaba modales, labores y los preparaba para las "funciones escolares", al tiempo que les daba para desayunar la leche en polvo que enviaba el Ministerio. Pero aquella maestra estaba desbordada, tenía setenta críos de todas las edades, así los más grandes tenían que enseñarle a los más pequeños las cuatro reglas, a leer y a escribir con cuidada caligrafía, que finalmente sería por lo que la evaluaría el inspector cuando visitara.
Su abuela, viendo la escasa atención que podría recibir allí, la mandó a la escuela de pago –lo que ahora entenderíamos como una pasantía-, que no era otra cosa que lo que Narciso de Gabriel tiene prolijamente investigado, una
escuela de ferrado, en la que el pago se hacía con un
ferrado de grano. Como en la familia de nuestra madre no disponían de esa "moneda", la abuela un duro al mes ganado trabajando muy precariamente en las minas de Barilongo.
En esta escuela de pago había un "escolante", un hombre muy bravo que no había logrado finalizar sus estudios de cura y que ahora simultaneaba la enseñanza con las labores de sacristán. En la era de su casa, alrededor del pajar -cuando el tiempo lo permitía- o en el alpendre, recitaban la tabla de multiplicar cerca de veinte chavales (los demás no podían pagarla). Como esto no le daba para vivir dejaba a los críos solos mientras le iba a picar tojo para la yegua o a ayudar en un oficio religioso. Cuando esto sucedía, las mujeres que lavaban en un lavadero cercando cuidaban de que los chicos no discutieran, algo que no era habitual pues la vara con aguijón que empleaba el "maestro" para imponer su autoridad ya era de por sí bastante disuasoria.
Cuando le preguntamos a nuestra madre de cuál de las dos escuelas guarda mejor recuerdo, dice que de la nacional, y en ese momento es cuando insiste en que en la escuela pública se está volviendo hacia atrás.
A nuestra madre le parece imposible esta involución. Ella no quiere ni que sus hijas trabajen ni que sus nietos estudien en aulas atestadas en la escuela pública. Cree que no nos merecemos esto y se enoja cuando alguien le habla de las necesarias medidas de austeridad y de ajuste económico.
Ella sabe de lo que habla. No es como muchos "expertos" o "tertulianos" que ahora opinan sobre estas medidas. Ella lo vivió y sobrevivió a esa escuela, vio que sus hijos pudieron acceder a la universidad, algo que, a priori, no estaría a su alcance; percibió el avance que supone el acceso gratuito a la educación, y resulta que ahora tiene que ver una vuelta para atrás, temiendo que sus nietos no puedan tener las mismas oportunidades.
No es de extrañar que esté cabizbaja.
Suponemos que la historia escolar de nuestra familia es muy semejante a la de la mayor parte de los maestros de de Galicia, por lo que no podemos entender la sumisión que estamos viendo por parte de los docentes.
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