UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
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Posted: 16 Sep 2014 12:56 PM PDT
Albertus Teutonicus nació en una época, la baja Edad Media, en la que el saber parece atravesar un paréntesis oscuro entre las intuiciones geniales de los primitivos griegos y romanos y el nacimiento de la verdadera ciencia con el Renacimiento. Ingresó en la orden fundada por Santo Domingo, un monje burgalés, una comunidad aún muy joven pero Creo que Alberto tenía virtudes que mis jóvenes biólogos deberían cultivar: el interés por aprender —llegó a decir que «desear el saber por el saber era una ocupación seria y no una frívola osadía»; su empeño en no repetir sin comprobarlo lo que habían dicho los sabios de la Antigüedad; su deseo de contrastar todo y complementarlo con observaciones propias; la capacidad de hacer experimentos sencillos que proporcionaran respuestas a lo que no es observable directamente; su amor a las bibliotecas —manifiesta su orgullo por «haberse procurado bibliografía de todo el mundo, con el mayor esmero»—, su desprecio a las fronteras —no había universidades en el territorio alemán por lo que marchó a formarse a Padua, en Italia, cuya universidad estaba recién fundada y fue el primer alemán que enseñó en una cátedra en París, la universidad más prestigiosa de su tiempo desde la cátedra "para extranjeros"—; su interés por la gestión —participó en la fundación de la primera universidad en tierras germánicas —Colonia— y arregló en unos meses la maltrecha economía de la diócesis de Ratisbona—; la capacidad de mediar y llegar a acuerdos; y el firme convencimiento de que la Ciencia o la Biología no son compartimentos estancos y todo saber merece la pena. Cuando uno recuerda que era miembro de una orden mendicante con un código ético muy estricto por el cual solo podía desplazarse a pie y coloca en un mapa las ciudades que visitó, te quedas asombrado. Por el oeste llegó a París, por el este, hasta Viena y Riga, la capital de Letonia, por el norte hasta Stralsund, junto al Báltico y por el sur hasta Anagni, 50 km al sudeste de Roma. Entre medias, todas las ciudades importantes de Alemania. Cuando fue nombrado obispo de Ratisbona recorrió tanto a pie su diócesis que sus parroquianos le apodaron el obispo Botas. Al final de su vida, una de sus últimas tareas fue defender la ortodoxia de las ideas de su discípulo, Tomás de Aquino, cuya muerte fue para él un golpe traumático y se dice que fue a París, andando de nuevo, para hacer su alegato en persona. Como todos, fue un hombre de su época y cometió errores como puede ser el firmar, junto a otros cuarenta expertos de la Sorbona la recomendación para quemar el Talmud y otros libros sagrados judíos y eso que fue el primer estudioso cristiano que estudió íntegramente los escritos de Maimónides, el principal filósofo judío de la Edad Media. Alberto Magno recibió críticas feroces de otros clérigos de su época que despreciaban la observación directa como fuente del conocimiento y que consideraban que aquellos filósofos antiguos defendían un predominio de la razón que relegaba la fe a un segundo plano. Alberto respondía recriminándoles que por su propia pereza pretendiesen desacreditar, escudándose en la fe, a quienes les aventajaban en la búsqueda de la verdad, algo que sigue sucediendo nueve siglos después. En el caso concreto de la Biología dijo con contundencia que «la tarea de la ciencia natural no consiste simplemente en aceptar las cosas relatadas, sino en investigar las causas de los sucesos naturales».
Parece que lo que dice es falso y contradice a la naturaleza. Pues así como a ambos lados crecen dos alas y dos pies, así sucede también con los ojos. No tendría sentido que se formara un ojo solamente en un lado y no en el otro. Este Plinio dice muchas cosas que no están atinadas en absoluto.
Otros escritos los rechazó porque sus propias observaciones los rebatían. Cuando algo era experiencia directa suya lo decía con claridad: «Fui et vidi experiri» (estuve allí y vi como sucedió) Así hizo con la opinión de que los buitres no copulaban ni tenían nidos, ya que él sabía de buitres que se emparejaban y empollaban sus huevos en las montañas entre Worms y Tréveris. Dio un gran valor a la experiencia directa y a la observación, sistemática y objetiva, un avance crucial en la historia de la Ciencia. Al respecto escribió lo siguiente:
Es necesario mucho tiempo para comprobar que en una observación se ha excluido todo engaño… No basta disponer la observación sólo de una manera determinada. Por el contrario, hay que repetirla en las más diversas condiciones, para que aparezca con seguridad la verdadera causa del fenómeno.
A pesar de su devoción por Aristóteles se enfrentó a los averroístas de su época que consideraban que el Estagirita era infalible «Quien crea que Aristóteles fue un dios, debe también creer que nunca se equivocó. Pero si uno cree que fue un hombre, entonces sin duda pudo caer en un error igual que nos pasa a nosotros».Algunas de sus observaciones y experimentos están relacionados con el sistema nervioso y merece por tanto un lugar en la historia del conocimiento sobre el cerebro. Como otros autores antes que él, identificó tres zonas en el cerebro, tres ventrículos que hacían referencia a las funciones mentales pero él además dividió cada una de ellas en dos partes. Dijo también que los espíritus que ocupaban los ventrículos eran vaporosos y también luminosos, debido a que su naturaleza era muy clara «al igual que otros cuerpos, fuera del animal, que también son claros y luminosos». También decía que «esta luminosidad era oscurecida por los vapores de la tierra que lo enturbian». Un ejemplo cotidiano de este oscurecimiento se daba después de las comidas, cuando «sus vapores suben al cerebro y allí se condensan y engruesan debido al frío local —Aristóteles pensaba que el cerebro era un órgano frío que servía para refrigerar la sangre— y bloquean los caminos de los espíritus animales que administran los sentidos y los movimientos e impiden que el poder animal llegue a los sentidos externos. Y entonces llega el sueño…» Además, explicó que los espíritus de los ventrículos podían ser de distintos tipos augurando una complejidad que aun sin una base presagiaba la complejidad química, de conexiones y fisiológica del sistema nervioso. Alberto también hizo pequeñas pruebas y así, arrancó a una hormiga las antenas para averiguar si los insectos veían con ellas,
Sobre el lado del vientre, en los cangrejos hay un puente por el que pasa el órgano que transmite la fuerza motriz desde el cerebro.
Mayor importancia aún tienen sus estudios sobre el hombre, al que para empezar incluyó dentro de los animales, algo lógico por un lado pero valiente y revolucionario, por otro. En su zoología incluyó también, por tanto, la anatomía, la fisiología e incluso el comportamiento de los humanos. Entre otras cosas escribió de los sentidos, de la memoria y la reminiscencia, de los sueños, la vigilia y el dormir.El sueño era para Alberto Magno una «traba de los sentimientos y del movimiento». Había que dormir según él para que «el spiritus sensibilis —uno de los espíritus que vivían en los ventrículos y que tomaba parte en la percepción del mundo exterior a través de los sentidos— pueda recogerse en el interior del cuerpo para descansar y recuperarse». Al recogerse en el interior del organismo ya no era posible percibir el mundo exterior ni realizar movimientos. Este flujo inverso de los espíritus, de fuera hacia dentro, sería el causante de los sueños.
No se puede negar que a veces los sueños significan algo. ¿Quién no ha tenido sueños que luego se han realizado? Pero por otra parte, nunca son de fiar del todo.
Con su mismo saber enciclopédico se interesó sobre porqué raramente soñamos olores o los fenómenos de sonambulismo
Aun cuando el sueño traba los sentidos y los movimientos, hay que saber que, con todo, ciertos hombres sí se mueven y realizan actividades durmiendo, igual que si estuvieran despiertos. Por ejemplo, pueden andar dormidos, o cabalgar, o buscar algo, perseguir enemigos e incluso quizá matarlos y luego, dormidos sin duda, se vuelven a la cama.
Nos puede parecer fantasioso pero hay datos de sonámbulos que han conducido, montado a caballo o incluso intentado pilotar un helicóptero. También se desplazan por sitios donde no lo harían normalmente, como una muchacha de 15 años que fue rescatada del extremo del brazo de una grúa de construcción de 40 metros de altura donde se había quedado dormida tras subir sonámbula. Albertus Magnus murió en 1280 y fue uno de los grandes de la Escolástica medieval, uno de los primeros empiristas y alguien que luchó para armonizar el conocimiento de la naturaleza y las creencias religiosas. Sus detractores le llamaron «el mono de Aristóteles» pero es mucho más acertado el calificativo honorífico de los que le admiraron: doctor universalis, el que sabía de todo. Un hombre que asombró a sus coetáneos por su sabiduría , su capacidad de trabajo y su enorme curiosidad. Para leer más:
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