A las observaciones de Broca postulando que los dos hemisferios cerebrales no eran iguales y existía una dominancia de uno u otro para distintas funciones mentales, se sumaron los casos recogidos por Thomas Barlow y por John Hughlings Jackson, el decano de la Neurología británica al que llamaban el Gran Dogo del National Hospital. El caso de Barlow —así se conoce— era un muchacho que a los diez años perdió la capacidad de hablar al mismo tiempo que mostraba una parálisis del lado derecho de su cuerpo. Sus familiares vieron con alegría que diez días más tarde recuperaba poco a poco la habilidad de hablar con fluidez y claridad. Al cabo de un mes le dieron por curado totalmente pero tres meses más tarde volvió a quedarse afásico y esta vez su habilidad para el habla no se recuperó, muriendo poco después.
La autopsia del muchacho reveló que su cerebro tenía depósitos de calcio y problemas de riego sanguíneo en la tercera circunvolución frontal de cada hemisferio pero el dato fundamental era que el daño en el hemisferio derecho parecía haber tenido lugar varias semanas después que el del izquierdo. Barlow propuso que el hemisferio derecho se había hecho con las funciones del habla después de la lesión en el lado izquierdo hasta que esta función mental recuperada se había vuelto a perder por la segunda lesión, la del hemisferio derecho. Sin embargo, otro
neurólogo británico, Charlton Henry Bastian, discutió con buen sentido que diez días era un período demasiado corto para que se produjera esa reorganización funcional y que era posible que la zona del habla no tuviera una localización cerebral nítida como en los casos recogidos por Broca y que, de hecho, Barlow nunca había aclarado si el muchacho era diestro o no. Estudios posteriores en el siglo XX demostraron que la mayoría de los zurdos tienen localizado el habla en el hemisferio izquierdo al igual que los diestros pero hay un pequeño número de zurdos que lo tienen distribuido en ambos hemisferios —lo que se llama dominancia mixta— y existe incluso un grupo, aún más escaso, que tienen la zona del habla, el llamado área de Broca, localizado en el hemisferio derecho.
Los estudios de Broca animaron a Jackson a reexaminar unos setenta casos que tenía recogidos con pérdida total o parcial del habla. En todos los casos menos en uno, las lesiones estaban localizadas en el hemisferio izquierdo por lo que concluyó que Broca estaba en lo cierto al asociar las afasias con las lesiones de este hemisferio.
Sin embargo, Jackson no estaba convencido con la idea con que el lenguaje tuviera una localización concreta, escribiendo lo siguiente:
…no localizaría el habla en ninguna pequeña zona cerebral de ese tipo. Localizar el daño que destruye el habla y localizar el habla son dos cosas diferentes… Pero el asunto más significativo es que el daño en un hemisferio deja a un hombre incapaz de hablar.
Al mismo tiempo, Jackson vio que los pacientes con afasias realizaban bien las pruebas espaciales mientras que aquellos que tenían lesiones en el hemisferio derecho, tenían problemas de percepción y de orientación. En 1872 presentó el caso de un hombre que veía bien pero tenía dificultades para reconocer lugares, cosas y personas, incluso a su propia esposa, y unos años más tarde, el de Elisa P. una dama que había perdido completamente el sentido de la orientación. Jackson lo cuenta así:
Iba de su casa al Parque Victoria, una distancia corta y por unas calles que conocía bien pues había vivido en la misma casa durante treinta años e iba con frecuencia a ese parque; en esta ocasión, sin embargo, no conseguía encontrar cómo llegar allí, y después de equivocarse varias veces tuvo que preguntar el camino, aunque la entrada al parque estaba justo delante de ella.
Elisa P. murió tres semanas después de ser examinada y la autopsia mostró que tenía un tumor maligno en la parte posterior de su lóbulo temporal derecho. Los dos hemisferios cerebrales se encargaban de funciones diferentes.
En la misma época en que estos neurólogos discutían las funciones en el hemisferio izquierdo y el derecho y las distintas posibilidades de dominancia cerebral, un escritor escocés llevaba al mundo obra maestra tras obra maestra. En una entrevista me preguntaron, qué obra elegiría para regalar a un muchacho, lo tenía claro:
La isla del tesoro, un canto a la aventura, a la amistad, al valor, un alegato contra la codicia y el mal. Mucho de nuestro imaginario sobre los piratas (marineros con pata de palo y un loro en el hombro, mapas con una X marcada, goletas atracando en islas tropicales) se lo debemos a Stevenson, el «contador de historias», Tusitala, como le bautizaron los samoanos donde vivió la última parte de su vida.
En esa misma década donde Jackson demostró que el hemisferio derecho era importante para conseguir ir de un lugar a otro, para reconocer gente y para saberse vestir, Carl Wernicke escribió (1874) que el daño en el lóbulo temporal izquierdo, en un área distinta a la de Broca, producía un trastorno en el que el habla se mantenía fluida pero el lenguaje perdía su significado, se convertía en una jerigonza, una cadena absurda de sílabas. Ahora llamamos a ese trastorno afasia sensorial o afasia de Wernicke.
Estos estudios empezaron a hacer pensar que el hemisferio izquierdo era el intelectual, el que dotaba de contenido al lenguaje mientras que el derecho era más animal, el que se encargaba de cosas que los humanos compartíamos con las bestias, tales como localizar un objeto o saber volver a la madriguera. El siguiente paso, en aquella rígida época victoriana, fue considerar que el hemisferio izquierdo era el civilizado, el vigilante que impedía que el hemisferio derecho y las estructuras inferiores se comportaran como bestias sin pudor ni freno. En esa atmósfera fue donde se incubó una de las grandes obras de la Literatura universal: El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
De joven, Stevenson había escrito un melodrama sobre un personaje real, William Brodie, que por el día era un respetado ebanista y por la noche se convertía en un ladrón que asaltaba y robaba las casas del vecindario. Esa doble naturaleza intrigó a Stevenson que, en una pesadilla, soñó otra historia de doble vida pero con aspectos más impactantes. Su mujer, Fanny, se despertó a altas horas de la madrugada al oír los gritos de su esposo. Tras despertarle en medio de la pesadilla, Stevenson le contestó enfadado «¿
Por qué me has despertado? Estaba soñando un delicioso cuento de terror».
Robert Louis se puso a escribir de forma compulsiva y antes de tres días tenía una primera versión de la historia. Stevenson tenía una salud terrible y dejó que su mujer revisase el documento mientras él guardaba cama por una hemorragia. Las críticas de su mujer —según algunos porque incluía escenas muy procaces— hicieron que Stevenson quemara ese primer manuscrito y comenzara de nuevo preparando una nueva versión en menos de una semana, en opinión de muchos bajo los efectos de las drogas. Tras varias semanas de pulir el manuscrito, Stevenson mandó a publicar la obra que todos conocemos. La novela trata de un respetable médico, el Dr. Jekyll, que no quiere seguir inmerso en la guerra que tienen las dos partes de su mente y toma una poción con lo que consigue liberar una parte de sí mismo bajo el disfraz de Mr. Hyde. El brebaje que transforma a un científico de buena naturaleza y poca cabeza en un ser siniestro y malévolo se convertiría en un icono de la literatura, la música y el cine, y permea todavía la imagen social de los investigadores. Con ese bebedizo, Jekyll sufría una transformación en la que disminuía su estatura, parecía más joven y fuerte y tomaba un aspecto torvo y desagradable. El médico filántropo de gran estatura moral se convertía en un tipo inmoral y peligroso, capaz de asesinar a un anciano a golpes de bastón. El propio Jekyll contaba así su transformación:
cuando vi esa imagen espeluznante en el espejo, experimenté un sentido de alegría de alivio, no de repugnancia. También aquél era yo. Me parecí natural y humano. A mis ojos, incluso, esa encarnación de mi espíritu me pareció más viva, más individual y desprendida del imperfecto y ambiguo semblante que hasta ese día había llamado mío. Y en esto no puedo decir que me equivocara. He observado que cuando asumía el aspecto de Hyde nadie podía acercárseme sin estremecerse visiblemente; y esto, sin duda, porque, mientras que cada uno de nosotros es una mezcla de bien y de mal, Edward Hyde, único en el género humano, estaba hecho sólo de mal.
Es, sin duda, una metáfora sobre ese lado oscuro que existe en todos nosotros, aunque como todas las obras maestras tiene distintas lecturas y se ha relacionado con dicotomías diversas: Bien-Mal, Libertad-Represión, Moralidad-Inmoralidad, Inglaterra-Escocia, Barrios ricos-Barrios marginales y el Hombre civilizado frente al animal que lleva dentro. Stevenson también habla de esos dos cerebros, una imagen literaria que parece encajar con los dos hemisferios
estoy cada vez más cerca de la verdad, por cuyo descubrimiento parcial he sido enviado a este terrible naufragio: que el hombre no es verdaderamente uno, sino verdaderamente dos.
La pequeña obra fue rápidamente un enorme éxito vendiendo más de 40.000 copias solo en Gran Bretaña en los primeros seis meses. Para muchos Stevenson estuvo influido por los debates científicos de su época y el Dr. Jeckyll sería la personificación del hemisferio izquierdo, culto, honesto, civilizado mientras que Mr. Hyde sería la personificación del hemisferio derecho, cruel y primitivo y que es necesario tener bajo control. Pero también hay evidencias de que el libro de Stevenson pudo, a su vez, influir sobre los médicos que trataban pacientes mentales.
Nueve años después de la primera edición de
El extraño caso, Lewis Campbell Bruce (1866-1949) publicaba un artículo científico sobre un paciente que mostraba "dos consciencias". Una personalidad estaba demenciada y hablaba en galés, no comprendía el lenguaje hablado, hacía ruidos y gruñidos y era tímido y suspicaz. Cuando esa "persona" dominaba, el sujeto escribía con su mano izquierdo. La segunda «consciencia» hablaba inglés con fluidez pero era «inquieto, destructivo y ratero». Realizaba dibujos de barcos —con su mano derecha— y contaba sucesos de su vida pasada, pero no tenía memoria de nada de lo que hubiese sucedido en los períodos en que dominaba la otra personalidad. Bruce indicó explícitamente que las dos personalidades o consciencias, a las que llamaba el Galés y el Inglés, se debían a cada uno de los hemisferios, el Galés al derecho y el Inglés al izquierdo. Dio un paso más al proponer un mecanismo para el salto de una personalidad a otra, para él podía ser debido a ataques epilépticos que paralizasen el hemisferio izquierdo, la parte civilizada. Bajo esas circunstancias, el hemisferio derecho y su personalidad «inferior» tomaba las riendas.
Las elucubraciones sobre los dos hemisferios se extendieron a dos campos muy diferentes. Por un lado al jurídico pues ¿era el Dr. Jeckyll culpable de los crímenes de Mr. Hyde? Por otro lado, al educativo, con una corriente que pensaba que era necesario educar al hemisferio derecho, con el objetivo de conseguir «una formación bilateral», algo que elevaría el nivel educativo de la sociedad. Con estas ideas se pusieron en marcha unas pocas escuelas y asociaciones, particularmente en Gran Bretaña y Estados Unidos, para convertir a sus alumnos en ambidiestros.
El modo de enseñanza era aprender a hacer dos cosas al mismo tiempo, como tocar el piano con una mano mientras se escribía una carta con la otra. Estas ideas se vinieron abajo cuando se vio que los estudiantes zurdos a los que se les obligaba en la escuela a usar la mano derecha, tartamudeaban cuatro veces más que los demás. De esta manera se llegó a la conclusión de que forzar a usar la mano menos hábil —incluso para conseguir ambidiestros— no solo no era beneficioso sino que se corría el riesgo de interferir con la organización funcional del cerebro y los procesos normales de dominancia cerebral. Un ejemplo más, frecuente en el mundo de la ciencia, de como una buena intención o una idea supuestamente buena, se transforma en algo dañino o peligroso. Como dijo Stephen King, que de esto de la penumbra en la vida cotidiana sabe un montón: «
Hay un Mr. Hyde para cada rostro feliz de un Jekyll, una cara oscura al otro lado del espejo».
Para leer más:
- Finger S (1994) Origins of Neuroscience. A history of explorations into brain function. Oxford University Press, Oxford.
- Finger S (2000) Minds behind the brain. A history of the pioneers and their discoveries. Oxford University Press, Oxford.
- Marshall LH, Magoun HW (1998) Discoveries in the human brain. Neuroscience Prehistory, Brain Structure, and Function. Humana Press, Totowa, New Jersey.
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