UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 21 May 2015 10:10 AM PDT
en el joven Claude. Magendie montó uno de los primeros laboratorios del mundo dedicados a la fisiología experimental. Hasta él casi todo lo que sabíamos sobre el cerebro y los demás órganos del cuerpo se basaba en especulaciones y deducciones a partir de la anatomía y la medicina clínica. Él fue de los primeros que defendieron la necesidad de experimentos con seres vivos y realizó vivisecciones en gatos, perros y conejos. Magendie enseñó a Bernard, que entró como alumno interno, a operar y le mostró que de esos experimentos se podía avanzar el conocimiento y deducir las leyes de la biología y que las diferentes estructuras están organizadas armoniosamente en los diferentes órganos que forman un ser vivo. Bernard aplicó esos principios con una calidad y una intensidad desconocida hasta entonces, y lo hizo, al contrario que su maestro, siguiendo una planificación, llegando a decir que «el experimentador que no sabe lo que está buscando no comprenderá lo que encuentra».
El fisiólogo no es un hombre ordinario. Es un hombre formado, un hombre poseído y absorbido por una idea científica. No oye los gritos de dolor de los animales. Está ciego a la sangre que fluye. No ve más que su idea y los organismos que esconden de él los secretos que está resuelto a descubrir.
Su vida familiar será desgraciada, aunque hay que reconocer que su matrimonio fue de conveniencia y que Bernard utilizó el dinero de la dote de su mujer para financiar sus experimentos, algo que a ella no le debió hacer mucha gracia. Las francesas, que tienen poco sentido del humor.De Magendie, Bernard aprendió un profundo escepticismo sobre los dogmas en la ciencia y cuando le sustituyó en la docencia dijo a sus alumnos: Bernard nunca practicó la medicina y con el tiempo heredó la cátedra y el laboratorio de su maestro. A lo largo de los años, fue haciendo una serie de descubrimientos trascendentales, desarrolló el método ciego de experimentación y puso las bases para la construcción teórica de la nueva fisiología. Decía que «las teorías de hoy en día son rápidas; se mueren como moscas. Ya no es como antes. Ya no viven tanto como sus precursoras. Es necesario establecer hechos que vivan para siempre». Bernard se opuso con tenacidad al vitalismo, indicando que la biología nunca violaba las leyes de la física y de la química. Pero también recalcó la complejidad de los sistemas biológicos y recordó que los enfoques puramente físico-químicos eran demasiado simplistas e insuficientes para la comprensión integral de un ser vivo, algo en lo que se distinguía de los principales fisiólogos alemanes como Helmholtz y Du Bois Reymond, que tenían un planteamiento mucho más reduccionista. Según él mismo comentó «en Fisiología el materialismo ni conduce a nada, ni explica nada». Una de sus grandes obras no fue un descubrimiento científico sino un libro: Fue el hombre clave para unir ciencia y medicina. En el sistema nervioso, su principal descubrimiento fue el sistema vasomotor. En 1851 mientras estudiaba los efectos de la temperatura en varias partes del cuerpo cortó los nervios que inervaban esta zona. Se dio cuenta de que la sección de los nervios simpáticos cervicales generaba un aumento de la circulación sanguínea y un pulso arterial más marcado en varias zonas de la cabeza. Meses más tarde, comprobó que la estimulación eléctrica de la porción superior del nervio dividido tenía el efecto contrario. De esta manera estableció la existencia de nervios vasomotores, tanto vasodilatadores como vasoconstrictores. Bernard tuvo una idea central sobre la que luego se desarrolló la Neurofisiología: el medio interno.
La constancia del medio supone una perfección del organismo de manera que las variaciones externas en cada instante se compensan y se equilibran… Todos los mecanismos vitales, por muy variados que sean, tienen siempre un objetivo, mantener la uniformidad de las condiciones de vida en el ambiente interno… La estabilidad del ambiente interno es la condición para una vida libre e independiente.
Walter Cannon bautizaría este equilibrio como homeostasis y en palabras de Charles C. Gross «estas generalizaciones resumían por un lado muchos de los logros experimentales de Claude Bernard y por otro proporcionaban un programa para los siguientes cien años de fisiología general». Bernard tuvo más honores y fue más famoso que ningún científico francés, antes que él o después que él. La calidad literaria de sus escritos le llevó a la Academia Francesa. Napoleón III se complacía en escucharle, le nombró senador y le proporcionó un buen laboratorio en el Museo de Ciencias Naturales, al que Bernard se trasladó desde su cátedra de la universidad. Cuando murió, recibió un funeral público, un honor que jamás se había dado a un hombre de ciencia. Es interesante que al igual que le pasó a Einstein en el siglo XX, Bernard fue el científico arquetípico del siglo XIX y apareció en poemas, biografías y novelas. Un ejemplo notable aparece en Los hermanos Karamazov, la genial novela de Dostoievski en la que conversan Dmitri y Alexei
—… Oye, ¿quién es Carlos Bernard?
— ¿Carlos Bernard? No; Carlos, no: Claudio, Claudio Bernard. Es químico, ¿no?
— He oído decir que es un sabio, pero esto es todo lo que sé de él.
— Yo tampoco sé nada. ¡Que se vaya al diablo! Seguramente está en la miseria. Todos los sabios están en la miseria. Pero Rakitine irá muy lejos. Se mete en todas partes. Es un Bernard en su género. Estos Bernard abundan.
Los que no abundan son los investigadores de esa valentía, constancia y talla. Como él dijo, un hombre que no era ordinario.Para leer más:
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