Podemos sustituir fácilmente el titular por cualquier otro tipo de profesión y, el enunciado podría ser fácilmente extrapolable. La profesión de uno no tiene, a priori, mucho que ver con la cultura que se posea.
Hace unos días hubo una frase en una conversación que se me quedó grabada. La frase era... "es maestro, normal que sepa tanto de todo". La verdad es que, una vez en frío, me puse a analizar la atribución de dicha frase. Una frase de la que se infería que alguien, por el simple hecho de pertenecer a una determinada profesión, ya se daba por hecho que tenía unas determinadas características. Una frase que, por desgracia, se atribuye a demasiadas profesiones o actividades profesionales que, a posteriori, pueden no resultar del todo ciertas.
No creo en la extrapolación de una profesión para imbuir al profesional que la realiza de unas determinadas capacidades y/o habilidades. Menos aún me sirve otorgar desde un apriorismo facilón la cultura a todos los maestros que se hallan trabajando en nuestras aulas. No creo que pueda realizarse. Bueno, más bien estoy convencido de que dicha atribución, en parte, es totalmente falsa y no concuerda con más realidades de las que nos gustaría.
En mi vertiente profesional conozco a docentes (y ya, a diferencia del titular, amplio el ámbito laboral a todas las etapas educativas) que cuando escriben cometen multitud de atropellos ortográficos. Atropellos que, por desgracia, en ocasiones no son errores puntuales y son un simple reflejo de su cultura. Sí, hay docentes que no leen. Hay docentes que no han abierto un solo libro en los últimos años. Docentes que, por desgracia, también son incapaces de coger el periódico que llega a los centros o abrir una triste página de navegación para saber qué ha pasado en las últimas horas.
No estoy hablando de conocimientos excelsos. Estoy hablando de una simple base cultural porque, no es sólo la ortografía, es algo mucho más amplio. Desconocimiento de países europeos, incapacidad manifiesta de responder a cuatro cuestiones básicas acerca de la historia de nuestro país, problemas en la resolución de operaciones matemáticas sencillas e, incluso, imposibilidad absoluta de gestionar sus asignaturas sin la ayuda del libro de texto. Sí, por desgracia estoy convencido de que si elimináramos de la ecuación educativa el libro de texto habría algunos docentes en nuestro país incapaces de impartir su propia asignatura.
Podría seguir con la cantidad, más grande de la que parece, de docentes que se atiborran de Sálvames, Grandes Hermanos y similares, de docentes que creen en los peligros del wifi que les han vendido algunos tertulianos e, incluso, de los que defienden la homeopatía como solución a todos los problemas médicos. Bueno, y si ya entramos en el tema de creencias, realmente me gustaría saber cuántos docentes han llamado a programas del tarot o creen en seres mitológicos.
Me da la sensación que, en ocasiones, al igual que sucede con las máximas que aplicamos sobre nuestros alumnos de forma indiscriminada, hay una percepción social acerca de determinadas atribuciones, sin ningún tipo de comprobación empírica, que se aplican sobre colectivos profesionales como puede ser el de los docentes. Y, por desgracia, creo que, asociar profesión con cultura u otros aspectos, es algo totalmente falso.
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