Logocinéticos, praxias orofaciales, ejercicios bucofonatorios, ejercicios orales activos.... Existen decenas de denominaciones para ese listado de tareas orofaciales con las que un montón de logopedas hemos crecido.
La primera vez que me enfrenté a un paciente hace ya 10 años y medio en una clínica esa hoja de ejercicios estandarizados parecía ser la vía de comunicación común entre terapeuta y paciente. El paciente recibía esa receta para solucionar sus dificultades y se le recomendaba realizarlos todos los días frente a un espejo. "Tómelo tres veces al día, al menos". Esa práctica diaria tenía la misma evidencia científica que la homeopatía. Nunca estuve de acuerdo en su generalización por la enorme desmotivación que producía en el paciente. Ya viniera por un trastorno de la voz, del habla o del lenguaje, el paciente marchaba a su casa con una carpeta con los ejercicios de praxias orofaciales junto a otro compendio de ejercicios de soplo (sople la vela a diferentes distancias, mi preferido). Si tenía suerte se los llevaba impresos con unas caritas de niños sonrientes que le indicaban aquello que debían hacer.
El mayor error de todo ello era que el paciente, desorientado, no sabía para que servían todos esos ejercicios que debía realizar de manera disciplinada. Muchos logopedas, en vez de investigar la veracidad de tales ejercicios para ofrecer unos datos científicos y veraces a sus pacientes para usarlos como guía en el tratamiento, se dedicaron a transformar estos ejercicios con las caras de Bob Esponja o diversos famosos para motivar sus tratamientos y conseguir que los pacientes siguieran moviendo la lengua en sus casas. En cambio, otros profesionales como Lof, Watson, Sudbery o Potter (sus conclusiones se conocen desde 2004 y 2006)se dedicaron a poner en duda estos ejercicios con diversas investigaciones y un duro trabajo. Karin Olave, Camila Quintana y Francisca Tapia en 2013 presentarían un estudio donde se demostraría que los ejercicios tradicionales de praxias orofaciales no suponían ningún tipo de mejora en trastornos del lenguaje (interesantes conclusiones que invito a todo el mundo a leer).
La neurociencia ya no tiene ninguna duda en afirmar que para obtenerse un adecuado aprendizaje es clave la motivación de la persona. Muchas veces ese motivación viene de la mano de la funcionalidad de las tareas que hacen nuestros pacientes. Que me explique alguien que grado de funcionalidad alcanzan estas praxias orofaciales tradicionales realizadas frente al espejo (solo los requisitos de atención sostenida que requieren ya complica la cosa).
Pues bien. Como es posible que sabiéndose este tipo de cosas aún encontremos en las redes sociales profesionales que ofrecen en sus blog links de descarga de estos ejercicios. Lo más irritante de todo es que esos links se encuentran dentro de los tops de descarga de internet.
Paremos a pensar en la funcionalidad real de estos ejercicios. "Saque la lengua y chúpese la nariz" (este mismo ejercicio lo escuche de una logopeda dirigido a personas con trastornos del habla y deglución derivados de un daño cerebral hace unos meses). "Repítalo varias veces". Qué funcionalidad tiene dicho ejercicio que no sea limpiarse los labios de nocilla después de tomar un sandwich. Para nada estoy en contra de sacar la lengua fuera de la boca para realizar alguna tarea con un fin claro (alguna maniobra deglutoria o enlongamiento de cuerdas vocales,...). Creo que cuando pedimos a nuestros pacientes que hagan una tarea tenemos que tener muy claro que les estamos pidiendo pero, sobre todo, hay que asegurarse que esa tarea lleva a un fin determinado. La motricidad orofacial nos ha permitido estudiar de manera pormenorizada todos los movimientos de la deglución y el habla. No sería más fácil crear un listado de ejercicios dinámicos, estáticos o contrarresistencia que reprodujeran los movimientos que pretendemos conseguir y realizar un programa de intervención funcional y cuantificable que guíe de manera lógica al paciente. Desde mi punto de vista, sí.
Si vamos a mandar unos ejercicios orofaciales al paciente, al menos que los implemente dentro de una tarea funcional (por ejemplo, comer) para que observe de que le vale obtener ese rango articular, fuerza o lo que quiera que estemos trabajando. Por ejemplo, si he estado trabajando unos ejercicios dinámicos para conseguir que la lengua gane cierto rango de movilidad, introduzco una tarea con alimento para que el paciente experimente esa ganancia dentro de un movimiento real.
La logopedia cuenta con una amplia evidencia científica, cada vez mayor. No la echemos a perder con recetas aplicables a cualquier persona. Busquemos la individualidad. Aprovechemos nuestra experiencia en desgranar cada componente de la deglución y el habla y demos a cada persona lo que necesita en ese momento. Registremos resultados y compartámoslo entre todos, pero nunca utilizamos aquello que una vez nos funcionó, de manera repetitiva, con todos los pacientes con los que nos encontremos.
Disfrutemos del arte de la logopedia, un arte para crear movimiento y acción que lleva a comunicar sentimientos, deglutir con confianza y emitir voz como nuestra mejor carta de presentación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario