UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 16 Mar 2016 11:42 AM PDT
Los deberes son, según la Real Academia Española, los ejercicios que, como complemento de lo aprendido en clase, se encargan, para hacerlos fuera de ella, al alumno de los primeros grados de enseñanza. Demasiado largo. Quizá valdría decir que es un complemento en casa de la actividad escolar. La mayoría de los padres tenemos una actitud ambivalente hacia los deberes. Por un lado pensamos que es bueno que nuestros hijos aprendan a estudiar y a trabajar de forma independiente, que refuercen la voluntad y la disciplina y generen el hábito de estudio, que dediquen tiempo a objetos que no tienen una pantalla, que se preparen para lo que es esa magnífica profesión que es ser estudiante. Por otro lado, vemos con temor una carga que aplasta sus pequeños hombros, que les impide jugar, que les hace acostarse tarde, que les encadena a un ambiente de tristeza como si fuera el banco de un galeote y que salpica a toda la familia que tiene que ponerse a revisar divisiones o a colorear y pegar macarrones para poderle meter en la cama de una vez.
Harris Cooper, catedrático de Psicología y director del Programa de Educación de la Duke University ha estudiado el tema de los deberes escolares analizando los estudios científicos publicados al respecto. Es, por decirlo de alguna manera, un investigador sobre investigaciones acerca de los deberes y de ahí intenta llegar a conclusiones generales, siendo considerado uno de los mayores expertos a nivel mundial sobre el tema. Su primera síntesis de la investigación sobre las tareas escolares se publicó en 1989 y cubría las investigaciones realizadas entre 1967 y 1987. La segunda revisión, publicada en 2006, ampliaba ese análisis para incluir las investigaciones publicadas entre 1987 y 2003, confirmando en su mayor parte los resultados del primer estudio y reuniendo por tanto la investigación de casi cuatro décadas. La primera conclusión es que hay una correlación entre los deberes y el éxito escolar. Sería por tanto un primer dato significativo: es bueno hacer deberes. La segunda conclusión es que la correlación es clara en los estudiantes de secundaria (en Estados Unidos los que están en los cursos de 7º a 12º) mientras que en los de primaria (de 1º a 6º), no se observan beneficios apreciables. Por lo tanto, la necesidad del trabajo en casa es clara en los de ESO y Bachillerato y bastante mas dudosa en los de primaria. De hecho Cooper ha llegado a decir «No hay ninguna evidencia de que los deberes mejoren el desempeño académico de los estudiantes de primaria». Esa menor eficacia de los deberes en los más pequeños puede tener razones que podrían empujar a mantener las tareas, como que tienen menos hábito de estudio o que les resulta más difícil apartar de su cabeza las distracciones a su alrededor pero los deberes deben encajar como una parte buena y normal de la jornada y no ser un castigo ni para el niño ni para los padres. Lo más importante de esas tareas en la educación primaria es que les encante aprender, que la escuela sea un espacio feliz que se ramifica al hogar, que disfruten haciendo cosas en su cuaderno, que sea grato completar una tarea o resolver un problema y temo que no lo estamos haciendo bien. La tercera conclusión es importante, demasiados deberes son contraproducentes en estudiantes de todos los niveles y de todas las edades. La pregunta inmediata es ¿cuánto es la cantidad adecuada? Cooper responde con la regla de los diez minutos según la cual, en cada curso, el niño debe destinar diez minutos más. Por lo tanto, un estudiante de cuarto de primaria debería dedicar 40 minutos y uno de segundo de bachillerato dos horas, nunca más. Si la tarea lleva más tiempo a la media de la clase, el profesor debe replanteárselo, no les está haciendo ningún bien. El estudio comprobaba que incluso los estudiantes mayores no conseguían mejores notas por estar más tiempo haciendo deberes en casa. Por lo tanto, los profesores y los colegios que se creen muy buenos por su nivel de exigencia y que lo que en realidad hacen es pedir unas tareas exageradas y absurdas, realmente demuestran poca empatía, nulo criterio y bajo nivel pedagógico. El resultado es que en muchos casos los niños se acostumbran a que los padres estén encima para que hagan los deberes o, directamente, les hagan los deberes para que la pesadilla cese, algo que pasa factura años más tarde, cuando el estudiante tiene que volar solo. Los defensores de los deberes dicen que enseñan responsabilidad, refuerzan lo aprendido en clase y generan un vínculo entre los padres y la escuela. Sin embargo, parece que hay muchas maneras de enseñar responsabilidad (desde no olvidarse de llevar el bocata por la mañana a dar de comer al pez de casa) y los padres pueden seguir lo que están haciendo sus hijos en la escuela sin necesidad de que lo tengan que revivir en un esquema pautado. Los deberes también pueden ir en detrimento de otras prioridades no académicas como dormir lo suficiente, no tener miedos ni estrés, disfrutar una buena relación familiar, leer, y tener un tiempo suficiente de juego tanto individual como con sus hermanos o en pandilla. Todo eso es fundamental para el bienestar del niño y para su potencial futuro. La quinta es que los padres deben saber su sitio. Es importante cómo se implican en los deberes y hay tres grupos de padres: aquellos que apoyan la autonomía del muchacho, los que se incorporan a los deberes y los que se limitan a eliminar las distracciones. Las mejores notas y la mayor cantidad de tareas terminadas se producían en los muchachos que funcionaban de forma autónoma, sabían que tenían que hacer las tareas, pedían ayuda si algo se les complicaba mientras que los muchachos que hacían los deberes a medias con los padres o los que solo tenían prohibido el acceso a posibles distracciones tenían peores notas. La sexta es que unos deberes excesivos pueden afectar negativamente no solo al niño sino también a toda la familia. Niños cansados que protestan y lloran, padres desesperados que les presionan, les gritan o les castigan. En vez de que esas horas entre la merienda y la cena sean para charlar, hacer cosas juntos, leerles o verles leer queda todo enturbiado demasiado a menudo por unos deberes ilógicos. Un estudio de la OCDE indicaba que los tres países donde más horas de deberes se hacían eran Italia, Irlanda y Polonia. Ninguno de los países escandinavos, que son los que mejores resultados consiguen estaba entre los diez primeros. La historia no es reciente. En 1884 la prestigiosa revista British Medical Journal informó que el psiquiatra James Crichton-Browne había testificado en el parlamento británico «He encontrado muchos ejemplos lamentables de desarreglos de la salud mental, enfermedades del cerebro e incluso muertes como resultado de un estudio forzado durante las tardes en el caso de niños pequeños, con la excitación nerviosa y la pérdida de sueño que a menudo inducen [esas tareas]». Aunque es un extremismo muy de finales del siglo XIX, la preocupación ya estaba allí. Desde entonces, los niños han ido durmiendo menos a un ritmo lento de 43 segundos menos por año, pero que en la actualidad hace que nuestros hijos duerman una hora y 20 minutos menos de lo que hacían sus bisabuelos cuando tenían su edad. En la edición de 1950 de la Encyclopedia of Educational Research, H.J. Otto escribió «los deberes obligatorios no consiguen unos logros académicos con una mejora suficiente para justificar que los mantengamos». Dieciocho años más tarde, P. R. Wildman iba aún más allá declarando que «cada vez que los deberes apabullan la experiencia social, el tiempo recreativo al aire libre y las actividades creativas, y cada vez que usurpan el tiempo destinado a dormir, no están sirviendo a las necesidades básicas de niños y adolescentes». Parece que el que esas ideas no cuajaran fue culpa de la Guerra Fría. Los éxitos de los soviéticos en la carrera espacial con el Sputnik y Gagarin hicieron que en los Estados Unidos se pensara que la educación carecía de nivel y dejaba a los niños sin preparación suficiente para las complejas tecnologías que el país requería, así que se vivió un aumento de la exigencia en las escuelas, de los deberes diarios y de la presión sobre los estudiantes. La conclusión final es que se pueden hacer deberes pero de forma muy medida. «Los niños se queman –ha dicho Cooper– la verdad es que todos los niños deberían hacer deberes pero la cantidad y el tipo deberían variar según su nivel de desarrollo y las circunstancias de su hogar. Las tareas de los más jóvenes deben ser cortas, que les lleven a tener éxito sin gran esfuerzo, que involucren ocasionalmente a los padres y, en lo posible, que utilicen actividades que les gusten, tales como sus equipos de deporte o los libros que están leyendo con más ganas». Es decir, que los deberes –un nombre que quizá tampoco es el más apropiado– deberían verse con normalidad y con cierta alegría, con la misma satisfacción que un niño tiene jugando. Somos primates que amamos aprender y jugar, y no son cosas tan diferentes, lo importante es saber cómo lo planteamos, cuánto exigimos, hacerlo interesante y una opción deseada. Como decía otro Cooper, Sheldon en este caso, «mi padre me obligaba a ver el fútbol antes de dejarme hacer los deberes». Para leer más:
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