martes, 10 de abril de 2012

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Pistoia III: qué buscamos

by Ángeles Abelleira e Isabel Abelleira
"La regla es simple. La serenidad y el placer de los niños está dentro de la serenidad y del placer de los adultos."
¿Qué buscamos en la escuelas de Pistoia? ¿Qué nos falla aquí para buscar otros modelos?
Serenidad y bienestar, esa es la respuesta que encontramos en la entrada de uno de los centros que visitamos.
De las quince compañeras que viajamos a Pistoia, la mayor parte coincidimos:
-en una experiencia profesional de 20 años como media;
-en una trayectoria formativa común pasando por distintos hitos y "innovaciones varias";
-en unas inquietudes educativas que ponen en cuestión el concepto actual de calidad en la atención a la infancia;
-en que tenemos  nuestras plazas en centros supermasificados de 3, 4 y hasta 5 líneas de infantil;
-en que nuestros inicios profesionales fueron en escuelas unitarias rurales sobre lo que tenemos una mirada nostálgica, especialmente de aquella atmósfera de tranquilidad, de las ratios bajas, de las relaciones con las familias y de la precaria dotación existente que nos obligó a agudizar el ingenio;
-en que pese a que tenemos una percepción positiva de lo que hacemos en la escuela, no es lo desearíamos para nuestros hijos/as.
¿Qué es lo que buscamos entonces en Pistoia, Reggio Emilia, San Miniato, Módena y otras escuelas italianas? La utopía posible.
Sabemos que hay otra manera de hacer. Intuimos puede ser más respetuosa con la infancia, con sus tiempos o con sus necesidades, y queremos saber si aun estamos a tiempo de "convertirnos" en los veinte años que nos pueden restar de vida profesional. Cuando menos hay que tener un horizonte.
Somos conscientes de que muchas de las que allí estábamos fuimos partícipes del actual modelo educativo infantil. Una vez ganamos seguridad profesional, algunas pasamos por la formación del profesorado, bien coordinando, bien impartiendo cursos o colaborando en la publicación de experiencias innovadoras. Desarrollamos iniciativas que a nuestro entender elevaron la consideración de lo que pueden hacer los más pequeños en la escuela infantil. Pero a día de hoy no nos complacen las dinámicas escolares instauradas.
En nuestros centros hay todo tipo de dotación; maestras especialistas, apoyos que asumen parcelas como la música, las TIC, la psicomotricidad o el artes hay material informático sofisticado; se realizan proyectos novedosos; trabajamos en edificios de diseño; los centros permanecen abiertos en horarios impensables; y pese a todo, sabemos que no les estamos proporcionando lo mejor ni lo que precisan los niños y niñas: tranquilidad, serenidad y felicidad.
No sé si habrá posibilidad de conversión, nuestra mirada está muy condicionada. Cuando llegamos y vimos precisamente lo que íbamos buscando -niños tranquilos, moviéndose con autonomía y seguridad por el centro en un ambiente casi de hogar, con un clima de afecto y calma- a alguna de nosotras se le escapó la pregunta "vale, ¿pero aquí cuando trabajan?". La respuesta la encontramos en la misma pregunta, ¿qué es para nosotras el trabajo en la escuela infantil?; habría que empezar por ahí.
Tampoco queremos caer en un arrebato de entusiasmo, como le hemos visto a otras compañeras, que las lleva a querer derribar todo el existente. Mesura; la trayectoria de nuestras escuelas es distinta de las italianas. El bagaje de la visita tiene que llevarnos a la reflexión no la destrucción o a renegar de lo nuestro. Vimos que hay mejores maneras de hacer escuela, que no debemos perdernos en debates entre el asistencial y lo educativo porque los límites son muy difusos; que la integración de las familias es muy diferente de su participación formal; que colocar a los niños en el centro del proceso educativo va más allá de la retórica; que hay que dejar de estar acomplejadas por no ser capaces de hacer como los espejos en los que nos miramos.
Y sobre todo, que tenemos que dejar de lamentarnos y actuar. Hay otras maneras de estar en la escuela infantil, hay otras maneras de relacionarse con las familias, hay otras maneras de organizar el espacio, hay otras maneras de acoger a los pequeños, hay otras maneras de distribuir los tiempos, hay otras maneras de emplear los apoyos, hay otras maneras de formarnos y de coordinarnos, hay otras escuelas posibles, pero no podemos esperar que el cambio nos venga impuesto por la administración, sólo nosotras podemos iniciarlo.
En su momento, cuanto todos pensaban que para estar en infantil valía cualquiera que supiese cantar una cancioncilla y contar un cuento, supimos demostrar que los niños y niñas podían ser como los artistas, como los escritores, como los lectores, como los investigadores o como los filósofos. Hicimos callar a muchos de niveles superiores,  haciéndoles entender que nuestro cometido es tanto o más valiosa que el suyo. Por el camino, en ese empeño, puede que perdiésemos idea de lo que es uno niño/a, de la infancia y de la escuela infantil. Ahora llegó el tiempo de demostrar que sabemos hacer que los niños sean niños, que disfruten de su tiempo, de sus ritmos y de sus apetencias.
Dejémoslos ser niños/as, hacer como los niños/as y vivir como los niños/as.
Este es el reto actual de las personas comprometidas con la infancia.
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