Mari Carmen Díez Navarro
Finales
Estoy haciendo los informes de final de curso y de etapa a los niños de mi clase. En la mesa tengo sus informes anteriores, el cuaderno de observaciones individuales en los que he ido anotando algunos datos significativos tomados del día a día, las entrevistas mantenidas con los padres, varios trabajos suyos y el diario de clase con fragmentos de la dinámica grupal, conversaciones y proyectos de trabajo. O sea, todo aquello que he pensado me podría hacer falta si me fallara la memoria.
Sin embargo, me he dado cuenta de que cuando pienso en ellos con "afán evaluador", lo que menos me inspira es hacer constar si saben hacer bien los números o si se interesan por las letras, más bien me dan ganas de explicitar cómo son, cómo se relacionan, en qué prefieren ocuparse, qué tareas le son más sencillas o cuáles les cuestan por el momento.
En el esfuerzo de centrarme en cada uno de ellos, tengo la sensación de estar viendo una película con las escenas pertinentes para rememorar las vivencias y poder así plasmar mis impresiones, mis sentimientos y mis dudas acerca de cómo ha sido un proceso de evolución en el que he sido acompañante y testigo privilegiado. Desmenuzando esta sensación, veo que pongo empeño en reflejar las particularidades, los cambios y las características genuinas de sus identidades recientes, señalando sus puntos más radiantes, pero también nombrando los detenimientos que les pudieran originar dificultades posteriores para que sus maestros y sus padres les puedan ayudar a superarlas.
Pongo empeño en que las demandas del currículo, las normas y la presión social actual no llenen de prisas y deseo de rendimientos excesivos un tiempo que pertenece a los niños para aprender, para relacionarse y para disfrutar a su ritmo y estilo. Y también en intentar que al leer los informes los padres entrevean parte del ambiente de aprendizaje, juego, palabras y relación que sus hijos han vivido en la escuela. Pero, sobre todo, pongo empeño en explicar el modo que tienen de encarar su aprendizaje. Si es con miedo, con interés, con reticencia o con entusiasmo. Si es con lentitud, con prisas, con tesón o con distracciones. Si es como respuesta a la demanda externa teñida de responsabilidades y deberes, o a un impulso interno de curiosidad y deseo de saber. Si es un aprendizaje fluido, creativo, abierto, confiado y alegre, o no.
Sé que en mi forma de analizar y valorar a mis alumnos se pueden entrecruzar cosas mías: estereotipos, errores de apreciación, proyecciones …, pero también sé que la intención es buena y que en mi narrativa evaluadora hay una mirada esperanzada hacia cada uno de ellos.
En este tiempo de finales, me es inevitable pensar en los acontecimientos vividos con estos niños y con sus familias. Ha sido tanto lo que hemos compartido: tiempo, vivencias, emociones …, ellos también han hecho su colección de momentos para recordar, que son así de entrañables:
-Yo me quiero acordar …
Llega el momento que tanto detestamos casi todas las profesionales de la educación: el de la evaluación. En los años que llevamos trabajando nunca encontramos el "modelo ideal", y siempre nos quedamos con la sensación de que la narrativa que empleamos es injusta con los logros y conquistas de cada uno de los niños y niñas.
Por todo ello, recogemos textuamente este fragmento del libro "
10 ideas clave. La educación infantil", de Graó, en el que Mari Carmen Díez Navarro resume a la perfección nuestros sentimientos y postura en este trance/trámite.
Puede que la clave esté en ponernos las
"Las gafas de ver", como reza el título del magnífico trabajo de Margarita del Mazo y Guridi, publicado en La Fragatina, muy en la línea de lo anteriormente dicho.
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