martes, 9 de junio de 2015

Profesor Atticus



Profesor Atticus


Posted: 08 Jun 2015 05:06 AM PDT

La Voz de Galicia recogía ayer mismo diferentes valoraciones sobre la formación del profesorado, valoraciones que proceden, según el medio, de "los especialistas", discutible denominación para los tradicionalmente llamados "expertos educativos" pues, si ya es difícil considerar experto a quien adolece de falta de experiencia, también lo es tratarlo como especialista (el que "cultiva o practica una rama determinada de un arte o una ciencia", según la RAE- no parece que encaje en cualquiera de estas concepciones la pedagogía. O mejor, no me lo parece a mí-). Pues bien, estos "especialistas" opinaban en respuesta a la pregunta recurrente cuando se buscan culpables (porque, no se engañen, en educación no se buscan soluciones sino culpables) de la mala salud de nuestro sistema educativo: ¿debe mejorar la formación de los profesores? (obviamente, la pregunta es retórica y sería más honrado formularla sin ambages: "¿cómo mejorar la deficiente formación de los profesores"?).

Antes de analizar las recomendaciones de los expertos, me gustaría aclarar que no soy contrario a la formación permanente. Al contrario, pienso que todo profesional debe estar aprendiendo continuamente, actualizándose y poniéndose al día. En un profesor, esto es, si cabe, más importante, pues cuanto más sepa, mejor enseñará. Pero es que este es precisamente el principal motivo de discordia en cuestiones pedagógicas: la distinta ponderación y la falsa confrontación entre conocimiento y didáctica. Se habla de formación permanente mientras se resta valor al conocimiento y se subestiman la capacidad intelectual y la erudición del maestro en favor de otras supuestas habilidades que no sirven más que para ocultar la carencia de sabiduría. Admitiendo la ¿bienintencionada? ambición de mejorar la formación del docente, habría que clarificar a qué tipo de formación nos referimos. Pero también se me antoja imprescindible responder a la pregunta que se plantea al comienzo del reportaje referido: "¿quién forma a quien enseña a los alumnos?". La respuesta, tal y como están hoy la cosas en el establishment educativo, es clara: el pedagogo. Pero yo querría hacer otra pregunta: ¿conocen los pedagogos la realidad del aula? La respuesta es no. Sabemos entonces quién es el encargado de enseñar a quienes deben enseñar a los alumnos. Ahora deberíamos preguntarnos si es quien debería. En mi opinión, no. Y la única respuesta es: el profesor. Añado: el profesor experimentado, curtido en el aula, con la sabiduría práctica que solo se adquiere mediante el hábito y la veteranía, porque se ha equivocado muchas veces, porque se ha debido adaptar una y otra vez a las circunstancias, porque basa sus planteamientos en años de ejercicio. Es este el que puede orientar (que no "enseñar a enseñar") a los futuros docentes en el difícil arte de la enseñanza. Y, antes de proseguir, una última pregunta: ¿ha preguntado la periodista de La Voz de Galicia a los profesores sobre su formación? No. Ha preguntado a personas que, sin haber impartido clase a los alumnos sino solo a profesores, pretenden ser los que decidan cómo deben estos enseñar a aquellos. Son: Carmen Fernández Morante, decana de Ciencias da Educación de la USC; Ana Iglesias Galdo, decana de Ciencias da Educación de la UDC; Mar García Señorán, decana de Ciencias da Educación de UVigo; Javier López Martínez, director general de la Fundación Barrié y promotor del programa Profex 21 de esta entidad; y Fernando Lacaci, vicepresidente de la Confederación Anpas Galegas. Coinciden todos ellos en varios aspectos: "el contacto con el aula debe ser constante ya en la carrera" (no para ellos, por lo visto); "la formación continua es esencial y debe adaptarse a las necesidades de profesores y alumnos (de acuerdo en que es esencial; menos en que deba adaptarse al alumno); y "hay que potenciar una carrera docente de maestros y profesores, no necesariamente con una retribución económica" (de acuerdo en lo primero, en desacuerdo con lo segundo - este simpático detalle de dar por hecho que el profesor no necesita mejorar retributivamente me recuerda a la afirmación, en un congreso, de un alto cargo de la administración educativa de cuyo nombre no quiero acordarme: "el profesor", decía justo cuando se nos había bajado, otra vez, el sueldo, "espera otro tipo de valoración que no es económica: es valoración moral"-).

A continuación haré algunas valoraciones sobre las opiniones vertidas por "los especialistas".

"La falta de formación pedagógica del profesorado", unánime en todos ellos, es un mantra que conocemos bien, una cuestión en la que el pedagogo saca rápidamente la artillería pesada (el Informe de la OCDE) para advertir que el 44% de los ¿profesores? ¿maestros? afirman "no sentirse preparados pedagógicamente para dar clases". No dudo de que sea ese el porcentaje; es más, diría que es mayor porque nadie está "preparado pedagógicamente" para dar clase hasta que la propia experiencia va engendrando esta capacidad (a enseñar se aprende enseñando). "De nada sirve", asegura una experta, "saber y no transmitir". Toma, claro. Pero, ¿acaso es posible transmitir sin saber? No. Y, ¿se puede aprender a transmitir? Lo dudo. Pero, si se puede, estoy seguro de que tal posibilidad pasa por conocer a fondo y con entusiasmo tu materia, por trabajar en unas condiciones dignas y por tener delante tuyo alumnos con interés por aprender y disposición a esforzarse. Por otra parte, quiero hacer mención de un estudio en el que intervine hace unos años con el propósito de analizar los planes de estudio de Magisterio y la formación de los estudiantes al finalizar sus estudios. Como en el Informe de la OCDE, coincidían en que habían estudiado mucho a Piaget, pero entraban en clase y se encontraban desamparados y "sin saber qué hacer". Y es que, insisto, no hay mejor fórmula para mejorar la enseñanza que un profesor ilustrado y comprometido, un ambiente propicio para el aprendizaje y un alumno con ilusión por aprender. Con estos condicionantes, la tan ansiada transmisión tendrá mayores posibilidades de éxito.

La unanimidad contra las reválidas no deja de ser ejemplo de una sociedad antimeritocrática y pusilánime como la nuestra. Si los problemas educativos no son, como exponen estos expertos, "objetivables", evaluemos lo subjetivo: la felicidad, la empatía y la inteligencia emocional. Y asunto concluido.  De paso, matemos al mensajero criticando a los medios de comunicación por escoger titulares "sensacionalistas" que suenan "competitivos", como si los malos resultados de nuestros alumnos en PISA fuera responsabilidad de quien los cuenta y no de quien los obtiene.

En cuanto a las clases prácticas, siguen los expertos especialistas dando palos de ciego. Por mucho que se asista a clase, se analice, se hagan trabajos de fin de grado... hasta que no  entras en clase y empiezas a enseñar, hasta que no te encuentras solo ante tus alumnos y debes tomar decisiones, no sabes ni de lejos en qué consiste este trabajo. Y da lo mismo si el Practicum tiene cien horas, quinientas o mil. Sobre el MIR educativo, me remito a lo que opiné cuando la ocurrencia era made in Rubalcaba.

El resto de las expertas sugerencias son más de lo mismo: tecnologías, innovación y otros lugares comunes sobre los que no vale la pena extenderse. Sin embargo, no querría dar por terminado este artículo sin referirme al comentario que, en la versión digital de la noticia, hace un lector que firma como "Alfonso González de A Coruña" y dice que es intolerable que a estas alturas del s. XXI nos encontremos con alumnos de ESO y Bachillerato completamente desmotivados porque sus profesores no saben transmitir, no motivan. Pocos casos conozco de profesores de esta etapa que sean realmente queridos y admirados por sus alumnos, mientras sí veo que la inmensa mayoría se empeñan en echar balones fuera, completar un horario y simplemente evaluar de manera arcaica. ¿Cómo es posible que en una clase de ESO de 30 alumnos haya 28 que suspendan una asignatura? ¿Es culpa del alumnado? Yo creo que no. Mientras, equipos directivos y departamentos de orientación miran para otro lado y buscan excusas que les liberen. Recuerden, señores licenciados, ESO = Educación Secundaria OBLIGATORIA!! No están educando "premios Nobel". Reproduzco el comentario en su totalidad porque mucho me temo que sería compartido por bastantes personas (incluso, esto es mucho más grave, por docentes. Y desde luego por expertos y asesores). Que es intolerable que en pleno siglo XXI nos encontremos con alumnos completamente desmotivados es algo que no pienso discutir, pero, por un lado, no creo que exista una mayor desmotivación en el alumno del siglo XXI que en el del XX; y, por otro, no puedo aceptar que la culpa de esta desmotivación sea nuestra. El desprestigio del docente y la falta de reconocimiento (la inmensa mayoría se empeñan en echar balones fuera, completar un horario y simplemente evaluar de manera arcaica) van parejos a la sobreprotección y descargo de responsabilidades del alumno (¿cómo es posible que en una clase de ESO de 30 alumnos haya 28 que suspendan una asignatura? ¿Es culpa del alumnado? Yo creo que no) y al desprecio del saber, la cultura, el conocimiento y el esfuerzo (recuerden, señores licenciados, ESO = Educación Secundaria OBLIGATORIA!! No están educando "Premios Nobel"). Con estos mimbres, perdonen que les diga, más que culparnos, deberían hacernos un monumento.

PD: Y no he respondido a la pregunta inicial. ¿Debe mejorar la formación de los profesores? Si es en el sentido del mainstream pedagógico, mejor dejémoslo estar. Si realmente se quiere mejorar la formación docente con el objetivo de mejorar la formación académica de nuestros alumnos pensando, no en el olor de las nubes, sino en la excelencia y en el fomento de la cultura y el saber como algo valioso, seguro que podremos encontrar una manera de contrastar propuestas y encontrar el camino. Solo falta decidir cuál es el objetivo.



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