Compañero docente, permite que te tutee (como colega de profesión que somos). Si tienes un momento, en medio del océano que supone la tarea de maestro o educador, si tienes cinco minutos, cuatro o quizás tres ... si además este año tienes la gran tarea de ser tutor, por favor intenta parar, hacer una inspiración profunda, coger papel y lápiz, y en esos minutos que te pido, elaborar un listado rápido de las tareas que en una semana normal haces en la escuela: sí, ya sé, algunos me diréis que con cinco minutos no hay suficiente; que si preparar clases, corregir tareas, hablar con los padres, elaborar materiales nuevos, dar las clases, reuniones de ciclos, reuniones de departamentos, reuniones de claustro, solucionar conflictos entre los alumnos, hacer cursillos de formación, leer libros ... quizás me dejo alguna seguro, pero estos podrían ser algunos de los "pequeños" trabajos que conlleva el hacer de maestro.
Pues bien, hay una tarea que no he nombrado y que pienso que es muy importante, y estoy seguro de que la hacemos pero que muchas veces se da por sobreentendida y no le damos la importancia que se merece, o no dedicamos quizás todo el tiempo que sería el adecuado, porque hay otras que nos quitan el bien más querido que todo el mundo tiene en su trabajo: el tiempo.
La tarea de la que hablo, sobre todo en caso de los tutores, pero también si eres maestro o educador de unos niños, es la de conocer al niño o niña que tiene delante. ¿Qué significa conocer? Conocer va más allá de saber su nombre, sus notas, su trabajo, quiénes son sus amigos o cuál es su comportamiento. Conocer implica, pienso, mucho más: Implica, saber que mueve su corazón, cuáles son sus motores, como se siente cada día al despertarse, qué relaciones emocionales establece con su entorno o con las personas más cercanas, qué miedos tiene, qué estados emocionales manda en su vida...
Y es que conocer a una persona no es tarea de un día, no es tarea fácil, requiere como decía al principio una de las carencias que tenemos todos los maestros: el tiempo.
No dudo que todos hacemos lo posible para conocer a fondo nuestros alumnos. Pienso que este conocimiento tiene mucho que ver con la edad evolutiva en la que se encuentre el alumno. No es lo mismo conocer a un niño de tres años que a uno de doce , pero sí que todas las edades tienen en común algo básico: el estado de felicidad de la persona. Y no son las mismas necesidades para ser feliz las que tiene un niño que empieza la escuela si las comparamos con uno que le crecen los pelos debajo el brazo. Por eso, como maestros o educadores, tendremos que tener cuidado con unos aspectos u otros. No dudo que todos aprovechamos los mínimos detalles que nos pueden aportar diferentes momentos para tener contacto con unos alumnos o con otros. Personalmente, pienso que todavía me falta más tiempo para descubrir la verdadera personalidad de mis alumnos. Pienso que estaría bien restar tiempo a diferentes momentos curriculares para dedicarlos a saber más de ellos, a interpretar sus preocupaciones, a darles una mano si es necesario o un empujón cariñoso en esos momentos de incertidumbre emocional.
Ahora que empieza el curso, ahora que estamos en pleno "tiempo" de adaptación, haríamos bien, en dedicar tiempo de calidad a conocer a nuestros alumnos. Hacer esta inversión de futuro puede suponer recoger los frutos más adelante
Porque, desgraciadamente, en algunos casos, después ya es demasiado tarde.
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