Lo de la mercadotecnia de la innovación educativa es un no parar en estas fechas. Empieza el curso y son cientos los artículos que se publican, en medios más o menos conocidos y masivos, acerca de cambios educativos de calado, aprendizajes centrados en el alumnado, flipped classroom, competencias básicas, movimiento maker u otras especies. Cada septiembre igual. Líneas que repiten lo mal que estamos, lo bonito que podría hacerse todo trabajando de otra manera y, hablando de la gran cantidad de docentes que están haciendo cosas "diferentes". Nada, discursos de siempre que, al acabar el curso escolar se convierten en... "no he podido hacer lo que quería porque la administración no colabora", "es que no tenemos material", "ha habido situaciones que han hecho que, por desgracia, tuviéramos que cambiar los objetivos", etc. Lo anterior expuesto con mayor o menor vehemencia por docentes de aula. Los pulpitarios que no van a pisarla en todo el curso achacando las culpas a una "mala implementación de sus geniales ideas". Realismo por necesidad porque, al final, septiembre no es nada más que un tiempo para rezar a la PDI, a las gafas de realidad aumentada o a la tableta de turno.
Hoy he podido leer no menos de diez artículos en varios diarios mencionando la palabra "innovación" para referirse a prácticas educativas. De esos artículos, la inmensa mayoría hablaban de centros de gestión privada. Supongo que, por necesidades del guión, necesitan vender cara a la galería con mayor profusión que los centros públicos. Sí, la capacidad mercadotécnica de algunas congregaciones religiosas e intereses privados supera, con mucho, el inmovilismo de centros públicos en referencia a la necesidad de venderse al exterior. Algo que debería modificarse pero que, es tema muy transversal del fondo de este artículo.
Nada, que la defensa de la innovación educativa sin conocer a los alumnos, sin dejar margen a la improvisación y sin contar con esa entropía tan maravillosa que suponen las aulas es, simplemente, una estrategia de peticiones en el desierto, creación de un grupo de adeptos tallados por el mismo patrón o, quizás, algún tipo de religión que quiere competir con las mayoritarias. Ya me veo a los docentes marcándose a fuego en las posaderas su pertenencia a la innovación educativa mediada por X. Lo digo porque la posadera es de lo más suave y mullidito que algunos tenemos. Además, todos sabemos que, al tener dos, hace fácil enseñar una u otra en función de los que estén ganando mediáticamente en ese momento. Lucha sin cuartel por siglas innovadoras. Batallas, a golpe de ceros y unos, para dominar el cotarro. Un cotarro, por desgracia, plagado de mucho larala y poco lerele. Y si queréis, lo hablamos en junio.
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