Cuaderno de campo |
Posted: 11 Feb 2016 09:52 AM PST
Extractos de mi artículo en RASE 9,1. Ver texto completo.
El 2 de julio de 1964, dos días antes de la fiesta nacional norteamericana, entraba en vigor la Ley 88-352, 78 Stat. 241, de Derechos Civiles (Civil Rights Act of 1964), prohibiendo toda forma de discriminación basada en la raza, el color de la piel, la religión, el sexo o el origen nacional. Incluía el mandato de investigar la segregación racial en las escuela públicas, un trabajo que el Departamento de Educación iba a encargar directamente a comienzos de 1995. He ahí el origen del llamado Informe Coleman, más propiamente Equality of Educational Opportunity Survey (Coleman, 1966).
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Como suele suceder con estos informes, casi nadie los lee pero todo el mundo habla de ellos, y lo que se extendió sobre éste fue que lo importante era la familia, no la escuela. "¿Imaginas lo que ha encontrado Coleman? Las escuelas no cuentan nada, lo que cuenta es la familia." Así aseguraba Godfrei Hodgson (1975:22) que se lo resumió Seymur M. Lipset a Daniel P. Moynihan
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En un primer momento, las conclusiones del informe no agradaron a quienes esperaban una legitimación de las políticas educativas de la Gran Sociedad, el ambicioso programa de lucha contra la igualdad y la discriminación lanzado por la presidencia demócrata de Johnson. Si los recursos escolares no eran tan relevantes como se esperaba, ¿para qué seguir gastando en programas de educación compensatoria o interfiriendo desde el gobierno federal en las políticas locales?
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Un decenio más tarde, su análisis se tornó más escéptico. En 1973 fue invitado por el Urban Institute de Washington a contribuir a un libro conmemorativo de su segundo centenario y decidió analizar las tendencias en la integración racial en las escuelas. Tras estudiar datos la de Comisión de Derechos Civiles sobre dos decenas de distritos escolares, llegó a la conclusión de que el traslado de alumnos negros a escuelas situadas fuera de sus barrios, para convertirlas en interraciales, estaba provocando, intensificando o acelerando la huida de familias blancas a zonas racialmente más homogéneas, es decir, sin negros.
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Antes de este informe, la calidad escolar se identificaba con la cantidad de recursos empleados. Una escuela con más profesores, o con profesores de credenciales más avanzadas, se consideraba mejor que otra con menos, lo mismo que con otros indicadores de cualquier otro servicio: ratios más bajas por aula, más camas hospitalarias por habitante, etc. El propósito del informe era precisamente detectar el desequilibrio en los recursos y justificar su reequilibrio. Pero, al añadir los tests de aptitud y rendimiento [...], Coleman dio el salto de los factores al producto, del inputal output: ya no se trataba, o no sólo, de ver cuántos medios tenían las escuelas, sino de qué eran capaces de conseguir con ellos.
No obstante, Coleman se mantuvo aferrado a la perspectiva de analizar la escuela, como los economistas hacen con la empresa, a partir de un modelo de función de producción: xfactores producen yproducto. Al hacerlo se mantenía, con todas sus limitaciones, la perspectiva de la caja negra: se veía qué entraba (recursos) y qué salía (resultados) de la escuela, pero no qué sucedía dentro de ella.
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Por ultimo, cabe decir que el informe redefinió, y con efectos sustanciales, la igualdad de oportunidades. El concepto de tal que manejaba la Ley de Derechos Civiles y que latía tras el encargo de la investigación era que las oportunidades eran los recursos: si los niños negros van a las mismas escuelas, tienen iguales profesores y son beneficiarios del mismo gasto… entonces hay igualdad de oportunidades. Pero lo que Coleman vino a decir fue que, a pesar de todo eso, no las tenían, que si sus resultados eran tan desiguales con recursos iguales era que iguales recursos no representaban iguales oportunidades. En definitiva, desplazó la atención de la igualdad de oportunidades escolares a la igualdad de resultados, también escolares.
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El caso es que los truenos de Zeus cayeron sobre Coleman. Zeus era, en el año 73 y el Olimpo sociológico, Alfred McClung Lee, de quien ahora sólo unos pocos ancianos se acuerdan y a la mayoría de la profesión no le suena de nada, ni siquiera allí. Era entonces el presidente (1976-77) de la American Sociological Association y decidió nada menos que pedir aparatosamente la condena y expulsión de James Coleman. No consiguió ni una ni otra [...].
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