¿Os imagináis que, en una obra de teatro infantil se hicieran chanzas sobre bullying? ¿Os imagináis que, dentro de la supuesta libertad de expresión, algunos docentes se dedicaran en sus aulas a hacer apología de la ablación, defendieran el gaseado nazi o, incluso, sometieran a juicio la necesidad de curar a los homosexuales por considerarlo una desviación contra natura? ¿Alguien se imagina que, dentro de una conversación con niños se introdujera la necesidad de pegar un tiro en la nuca a alguno de esos políticos que han entrado ahora en el arco parlamentario? ¿Realmente la libertad de expresión da para tanto margen de maniobra?
Reconozco que no sé exactamente qué ha pasado con la obra de títeres que ha llevado a
dos titiriteros a la cárcel. Quizás es que algunos se pasan de frenada con las sátiras y llegan a extremos insostenibles. Quizás es que, como dicen sus defensores, la sátira no debe tener límites y los límites son sólo producto de una sociedad mojigata. Pues, sinceramente, no lo tengo claro. Menos aún cuando la sátira puede convertirse en un arma que puede hacer mucho daño. Y ello me lleva a preguntar, ¿hasta qué punto es lícito satirizarlo todo? ¿Qué pasaría si alguien se dedicara a satirizar sobre el triste suicidio de Diego? ¿Qué pasaría si banalizamos todos los actos por el simple hecho de que la provocación vende?
Siempre he sido un gran defensor de la libertad de expresión. Incluso, si me apuráis, podría abrir el abanico para que la mayoría de conductas escritas, orales o visuales, fueran permisibles en una sociedad cuya máxima es la de reírse de los demás. Sí, por desgracia, los límites de la razón -y de lo razonable- hace tiempo que pasaron a la historia. No es cuestión de satirizar, es cuestión de ser lo más soez posible para vender un determinado producto ante los tuyos. Los tuyos siempre te van a dar la razón y los otros siempre te la van a quitar. Y ahí es donde está el conflicto.
Uno se puede reír de Rita o Isabel II y de su relación no confirmada con el gin-tonic. Otro se puede reír de la coleta de Pablo Iglesias e, incluso, de su smoking de ayer. También se puede comparar a Errejón con Harry Potter o hacer sátira por su aspecto infantil. Al final, la sátira no es nada más que defender la postura de uno en base al insulto, envuelto bajo múltiples capas de comprensión y defensas varias de la libertad de expresión, de quien, por determinados motivos, piensa diferente que tú.
Hay algo que falla en esta sociedad y no es la parodia satírica provocativa de ayer. Falla la asignación de culpables o inocentes en función de si el despropósito se hace desde uno u otro lado de la barrera porque, ¿qué hay más triste que usar la sátira como único objetivo de herir a los que piensan o son diferentes que tú?
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