La
neuroeducación es una nueva visión de la enseñanza basada en el cerebro. Es una visión que ha nacido al amparo de esa revolución cultural que ha venido en llamarse
neurocultura. La neuroeducación aprovecha los conocimientos sobre cómo funciona el cerebro integrados con la psicología, la sociología y la medicina, en un intento de mejorar y potenciar tanto los procesos de aprendizaje y memoria de los estudiantes, como los de enseñanza por parte de los profesores (
Francisco Mora Teruel).
No soy quién para oponerme a la necesidad de justificar el aprendizaje con cambios en la estructura cerebral pero, me gustaría antes de posicionarme a favor o en contra de una determinada teoría que intenta delimitar cuestiones pedagógicas a emociones y a determinadas reacciones que pueden darse estructuralmente en el cerebro cuando un alumno resuelve bien o mal un problema matemático, analizar fríamente determinadas cuestiones que se dan en el caso de la neuroeducación. Y sí, no hay sólo defensores de la neuroeducación, también hay otros que cuestionan sus limitaciones e, incluso, hablan sin tapujos acerca de cuestiones económicas de números mareantes que pueden hallarse tras la irrupción de esta relación entre la plasticidad del cerebro, el aprendizaje y, cómo no, el aprovechamiento de estas supuestas características para conseguir alumnos que aprendan más y mejor.
En primer lugar convendría analizar quién está detrás del auge de la neuroeducación. Bueno, más bien analizar cómo es que, en la actualidad se están destinando billones de dólares y euros, procedente de capitales públicos, al estudio neuronal y cómo, tras dichas inversiones, están apareciendo conceptos transversales de neuroeconomía, neuroética, neuromárketing, neuroestética o neuroeducación entre otros. ¿Será que lo "neuro" vende? ¿Estará realmente toda la neuronitis actual basada en conocimiento científico? ¿Es realmente posible matematizar lo que sucede en el cerebro para ser aplicado en todos los ámbitos de nuestra vida? ¿Hasta qué punto un conjunto de relaciones neuronales puede definir el comportamiento humano o permitir establecer estrategias para modificarlo?
Es lógico que los docentes nos vendamos a la neuroeducación. A quién no le gusta saber qué estrategia educativa, avalada científicamente, va a dar los mejores resultados con nuestros alumnos. A quién no le gusta justificar su praxis docente con estudios científicos y achacar las culpas de lo que no funciona en las aulas a que las estrategias educativas no están basadas en lo que, supuestamente, debería hacerse. Un interés docente que se expande a día que pasa (sólo hace falta ver los millones de resultados en internet que aparecen al buscar neuroeducación y la gran cantidad de aparatos y estrategias educativas que se basan en dicho concepto). Un interés muy relacionado con la capacidad neuronal de nuestros alumnos, la cantidad de cerebro que realmente utilizamos y sí hay diferencias estructurales en los cerebros en función del sexo o, incluso, plantear la posibilidad de que tenga más éxito académico un alumno diestro que uno zurdo porque, según la distribución de su cerebro, hay una mayor activación de determinadas partes del mismo. Determinismo genético que, por desgracia, deja muy poco al ambiente cuando, por desgracia, lo que los docentes de aula observamos son unos rendimientos académicos y avances en los aprendizajes muy relacionados con cuestiones socioculturales u otros factores externos a lo que es la Escuela.
Da la sensación que es llevar un paso más allá el maravilloso cociente intelectual (que se ha demostrado falso para el aprendizaje) para delimitar un futuro que va mucho más allá de lo anterior y que permitiría establecer relaciones entre el hipocampo de la amígdala con los estilos de aprendizaje más efectivos en un grupo de alumnos. Sí, conseguir demostrar que los alumnos de niveles socioculturales más desfavorecidos mediante análisis neuronales quizás pueda interesar a más de uno pero, por desgracia, establecer la necesidad de terapia cognitiva para mejorar su capacidad intelectual obvia la situación real: las fuerzas económicas que llevan a parte de la sociedad a la pobreza y les impiden salir de ella.
No se debe tampoco obviar la confusión que, en muchos artículos que hablan sobre neuroeducación, se da entre enseñanza y aprendizaje. Ni tampoco debemos obviar la instrumentalización que propugna la neuroeducación para establecer instrumentos de enseñanza que se centran en el cerebro y no en el niño o estudiante. La neuroeducación, por desgracia, obvia el hecho de que tanto enseñanza como aprendizaje no son actividades atemporales ni aisladas, sino que en su misma esencia están muy relacionadas con el ambiente en el que se mueven esos alumnos. Un ambiente que, al final y según la experiencia empírica de los docentes, es mucho más importante que cualquier conexión que pueda establecerse a nivel cerebral (salvo casos de problemas cerebrales severos -y ya estaríamos hablando de otra cosa-) en nuestros alumnos.
Realmente la neuroeducación es algo demasiado complejo para, de una forma tan absoluta como algunos están haciendo, abrazar sus postulados como si el aprendizaje fuera posible de ser controlado y parametrizado mediante el uso de un TAC.
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