sábado, 5 de marzo de 2016

Profesor Atticus





Profesor Atticus


Posted: 05 Mar 2016 01:14 AM PST

El jueves 17 de marzo a las 19 h presentaremos en  Zaragoza Contra la nueva educación. Será en Cálamo, considerada "una de las diecisiete librerías más bonitas de España". Presentará el acto Luis Antonio González Marín, director de Los Músicos de Su Alteza y científico titular del CSIC. Un lujo.

Como siempre, quedan todos invitados.


Posted: 04 Mar 2016 05:21 AM PST

Rafael Feito Alonso es catedrático de sociología en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido colaborador del Movimiento por la Calidad de la Educación en el Sur y Este de Madrid. El domingo 28 de febrero publicaba un artículo en su blog en el que mencionaba Contra la nueva educación y también el libro de Ricardo Moreno Castillo La conjura de los ignorantes. Titulaba el artículo "Dad una oportunidad a la paz escolar", deseo que no sé bien a quién iba dirigido pero de cuya bondad no dudaré. Feito, que criticaba el "belicismo" con que El Mundo encabezaba el reportaje del 26 de febrero, del que hemos hablado aquí, decía no considerarse parte del grupo de los "pedagogos" (en el mencionado reportaje se establecía una división entre estos y los "antipedagogos"). Debo recordar aquí lo que ya expresé hace poco más de dos semanas: que tampoco yo me reconozco como representante de la antipedagogía (y vuelvo a remitirme al argumentario del capítulo séptimo de mi libro, titulado "Análisis de la pedagogía", en concreto al apartado "Acuerdos y desacuerdos"). Aclarado esto, para evitar que alguien me sitúe donde no creo estar, es decir, en un extremo, paso a comentar otras consideraciones de Rafael Feito.

Según el catedrático de Sociología, Arcadi Espada, Ricardo Moreno y yo coincidimos "en el recurso a la descalificación gratuita, cuando no al insulto, de cualquiera que ose discrepar" de nosotros. Es muy curiosa esta afirmación, puesto que precisamente somos Ricardo y yo (no sé si Arcadi, a quien no conozco) quienes coleccionamos insultos gratuitos desde el momento en que osamos cuestionar los dogmas de la Pedagogía Hegemónica. Debo recordar que dos semanas después de la publicación de mi libro, he sido tachado de: "mamporrero", "nostálgico", "soberbio", "troglodita" y algunas lindezas más, a las que habría que añadir las infinitas muestras de cariño que he recibido antes incluso de haber escrito este libro solo por manifestar objeciones a las metodolologías trending topic, por parte de personas que rara vez son colegas de profesión sino gentes de los aledaños del mundo educativo (o sea, expertos). Tengo que añadir a la anterior observación que calificar y descalificar son cosas distintas. Por ejemplo, llamar a alguien ignorante cuando da muestras de ignorancia o charlatán cuando habla mucho y sin sustancia (no puede ser considerado un insulto sino más bien una definición. "Troglodita" y "mamperro", sin embargo, encajan bien en el concepto "descalificación".

Hay algo que me llama mucho la atención. Para Feito, mi "prologuista" es "más moderado" que Arcadi Espada, "salvo cuando de la educación se trata". Quierdo detenerme en este punto porque considerar a Antonio Muñoz Molina una persona moderada "excepto cuando habla de educación" explica muy bien por qué estamos como estamos y, sobre todo, demuestra algo penoso: que la izquierda hace tiempo que renunció a defender la instrucción pública como palanca de ascenso social. Muñoz Molina es moderado, de acuerdo. Es progresista, socialdemócrata declarado. Nadie lo pone en duda. Sin embargo, sus ideas sobre cómo debe ser la enseñanza pública se tildan de conservadoras y reaccionarias. ¿Por qué? Porque defiende el conocimiento. He aquí el drama de una izquierda que ha traicionado sus propios principios para pasar a defender posturas tan "progres" (que no progresistas), tan políticamente correctas, tan melifluas y tan anti-intelectuales, que han superado por la derecha a los más conservadores en materia educativa o, como poco, han llegado al mismo punto de estulticia.

Encuentra Feito "un poco contradictorio" pongamos (Ricardo y yo) tanto "énfasis en la autoridad del profesor" mientras "insultamos", se queja, "a todo aquel que no nos gusta". Añade: "mala lección pedagógica, si se me permite el uso de este término para ellos abominable". Primero, combatir dialécticamente a quienes desprecian el saber y la cultura, pretenden devaluar el papel del profesor y convertirlo en un mono de feria, de quienes intentan convencernos de que nuestros alumnos van a la escuela a ser buena gente, a alcanzar la felicidad y no a adquirir los conocimientos, no es "insultar a todo aquel que no nos gusta" sino defender un oficio hermoso que no merece semejante (mal) trato. No hay agresividad sino legítima defensa. Segundo, no abomino de la expresión "lección pedagógica" sino de que la palabra "pedagógica" se independice y se imponga sobre la palabra "lección", pues no hay lección sin pedagogía, pedagogía sin lección, ni didáctica sin conocimiento.

Coincido con el Sr Feito en que el "esfuerzo, el mérito, la autoridad, la disciplina, la exigencia, la memoria y la evaluación" son fundamentales y me sorprende que pregunte: "¿quién, en su sano juicio, podría negar, la importancia de estos factores?". Que conste que las dudas sobre el juicio, sano o deteriorado, de quienes menosprecian todas estas virtudes no es algo que yo haya querido valorar, pero si el catedrático de sociología hubiera leído el libro (que suele ser útil para entender lo que su autor opina) habría comprobado, quiero pensar, que no solo se niega la relevancia de la autoridad, la disciplina, la exigencia, la memoria o la evaluación sino que se hace lo posible por exterminarlas, tildando de retrógado a quien las reivindica. De todas formas, creo que, a pesar de  su tímido reconocimiento de la autoridad, la disciplina y la exigencia, Feito no termina de estar convencido de su valor, pues advierte que estas "pueden fácilmente traducirse en una docencia de carácter unidireccional en la que la palabra queda monopolizada por el profesor condenando, de este modo, al alumnado al silencio y, muy posiblemente, a la ausencia de aprendizaje". ¿Cómo que "pueden traducirse"? ¿Por qué se desconfía de que un docente ejercerá honradamente su autoridad (digamos mejor "ejercería honradamente su autoridad", si la tuviera), va a impedir a sus alumnos intervenir (ordenada y civilizadamente, claro) en clase y, "muy posiblemente", "condenándolos" (sí, condenándolos) a la "ausencia de aprendizaje"? ¿No es posible enseñar con autoridad, disciplina y exigencia sin que ello presuponga opresión, tortura y escarnio? Hablamos de autoridad, disciplina y exigencia, no de tiranía, violencia o abuso. Por favor, empleemos las palabras con rigor ("si se empobrece el lenguaje, se empobrece el pensamiento", dijo Lázaro Carreter, un déspota del saber, sin duda) y seamos explícitos: si se considera que tener un cierto orden en clase es una humillación para los alumnos, digáse. Si se cree que los profesores pedimos autoridad para implantar una dictadura en el aula, dígase. Si se piensa que exigir en clase es una afrenta y un vulneración de los derechos infantiles, dígase también. Al menos que sepamos de qué estamos hablando. Porque el "modelo" del que algunos hablamos no es ese. Y no puede estar siempre bajo sospecha. Por supuesto que "el profesor", cosa que niega Feito, debe ser obedecido "por el mero hecho de serlo", pero no por una razón absolutista sino porque es (o era, o debería ser) el depositario del saber, porque es el conocimiento que atesora el que le infunde de autoridad intelectual y le capacita para enseñar. Pero esto, hoy, es controvertido porque personas como el Sr Feito siembran la desconfianza en el maestro dando por hecho que va conducirse de forma "arbitraria" o va a "limitarse a leer el libro de texto".

Pero lo más extraordinario viene a continuación: "Ya no estamos en una sociedad", asegura Rafael Feito, "en la que la diferencia cultural entre el maestro y sus alumnos –y las familias de estos- sea tal que aquel pueda ser venerado (...) Son muchas las cosas que han cambiado desde que los dos autores que aquí nos convocan accedieron a la docencia y sus prologuistas dejaron los pupitres escolares". Actualmente, la diferencia cultural entre el maestro y el alumno es, en mi opinión, más acusada que nunca. Y en cuanto a lo que ha cambiado desde que los "prologuistas dejaron los pupitres escolares" y "los dos autores accedieron a la docencia", en primer lugar, yo accedí a la docencia en Secundaria con la LOGSE ya implantada. Y, por mucho cambio que haya habido, no ha habido mutación genética en la especie humana que justifique el un niño aprenda hoy de manera diferente a como lo hacía ayer. Lo que ha cambiado es sencillamente que hoy se cuestiona que el niño deba aprender.

Por fin, el catedrático de Sociología llegaba a la conclusión habitual en estos tiempos: la LOGSE era buena, pero falló el profesorado, por su falta de "reciclaje" (otro eufemismo; sería mejor que se nos llamara directamente "inútiles" y no se nos recomendara el reciclaje para volver a ser "utilizables") y, no podría ser de otra manera, por "cierto apoltronamiento derivado de la condición funcionarial". Pero su conclusión definitiva era que "la motivación, la creatividad, la originalidad, la integración, el coaching y la empatía" resultan "esenciales en cualquier proceso educativo" (no importantes, no, esenciales) y que el "aprender a aprender" (novísimo) es "fundamental" porque "no sabemos qué empleos van a existir en el futuro, ni cómo van a evolucionar". Y, pregunto, si no lo sabemos, ¿por qué es más importante el "aprender a aprender" que el "aprender"?

No me deja muy tranquilo el final de texto, en el que el sociólogo indica "algo muy importante", que "la supuesta tribu pedagógica" no está compuesta "solo por pedagogos, sociólogos y psicólogos", ya que debemos incluir a los "economistas (entre ellos los de la mismísima OCDE)" y, cómo no, "la neurociencia". Oportunidad a la paz, no sé, pero a los profesores que queremos enseñar, por lo visto, ni agua.

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