UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 20 Nov 2014 09:44 AM PST
A veces lo traducen como tenebroso, lúgubre, inhóspito, perturbador, siniestro, alienante, extraño, desconocido, desorientador, pero ninguna de esas palabras consigue transmitir realmente toda la carga del significado original, es simplemente Unheimliche. Lo voy a emplear como «ominoso» o «inquietante», con todas las reservas. Y es que, algo siniestro que no fuese inquietante, o algo extraño pero no ominoso, no sería propiamente Unheimliche, pues es fundamental que genere dentro de nosotros una sensación, un desasosiego. Sigmund Freud tiene un ensayo titulado precisamente Das Unheimliche, traducido frecuentemente como Lo Ominoso. Freud comienza dando unas explicaciones un tanto laberínticas pidiendo excusas por acercarse a una cuestión «estética», indicando al mismo tiempo que «el psicoanalista trabaja en otros estratos de la vida anímica». Indica que él mismo raramente ha experimentado lo inquietante: «el autor de este nuevo ensayo [se refiere a sí mismo] tiene que revelar su particular embotamiento en esta materia» y busca distinguir lo que es Unheimliche de lo que simplemente produce miedo.
los diccionarios a los que recurrimos no nos dicen nada nuevo, quizá sólo por el hecho de que somos extranjeros en esas lenguas. Y hasta tenemos la impresión de que muchas de ellas carecen de una palabra para este particular matiz de lo terrorífico.
Tras este estudio semántico del adjetivo heimlich y de su antónimo unheimlich, los relaciona a continuación con aspectos literarios, en particular con la obra de E.T.A. Hoffmann, a quien denomina «maestro sin igual» a la hora de evocar esa sensación incómoda. Si escribiera en nuestra época, casi cien años después, pienso que los referentes de Freud serían cinematográficos y coincido con Pablo Maurette en que David Lynch es un magnífico candidato para ser en nuestra época el maestro de lo unheimliche. Maurette recuerda que en Eraserhead (1977) el director hace una sátira onírica y grotesca de una familia normal que engendra un monstruo. En El hombre elefante (1980) recorremos el camino inverso y es la sociedad la que muestra sus taras ante un ser de aspecto deforme pero pleno de inteligencia y bondad. Freud va desbrozando la relación de lo ominoso con cuestiones tales como el complejo de castración; los «dobles» —en el último episodio de Twin Peaks aparece un «doble» de Leland Palmer quien había fallecido en su interrogatorio en comisaría—; la sensación al perderse en una ciudad o un bosque —tan típica de ese ambiente de miedo que recrean muchos cuentos de hadas—; las casualidades detrás de las que parece subyacer un fatum oculto, los presentimientos, las repeticiones obsesivas, el impacto de los pensamientos y los deseos que se cumplen inmediatamente o de las fuerzas que amenazan o dañan en secreto como en el «mal de ojo»; Freud escribe este ensayo en 1919, al poco de acabar la I Guerra Mundial, una época donde están muy abiertas todavía las cicatrices morales, sociales y psicológicas del conflicto bélico. Habla de lo «ominoso» como una experiencia para la mente humana que experimenta algo ya vivido pero que se encuentra reprimido, donde en algo familiar, muy cercano e interior hay algo que no encaja, un lugar recóndito y oscuro en el cual los dos términos teóricamente opuestos, se aproximan entre sí y el desasosiego surge precisamente de esa contradicción: lo más cercano (el hogar) y lo más lejano, lo incomprensible, lo inquietante. Sucede muy a menudo en la literatura y en el cine, el escritor o el guionista nos esconde un monstruo dentro del personaje más bondadoso, las cosas no son lo que parecen, las suposiciones del lector se derrumban, nuestra lógica es retada, nuestras intuiciones nos estaban traicionando, aparece el desconcierto, llega lo inquietante. El autor, de hecho, juega con nosotros, quiere generarnos esa sensación. Causar terror es demasiado simple y demasiado fácil y el buen escritor busca algo más sutil, quiere demostrarnos que el terreno que creíamos pisar no es firme, que el personaje tiene una historia oculta, que nuestras certezas son frágiles, que no podemos fiarnos de nuestra propia mente. Nuestro cerebro, el centro coordinador del lugar que ocupamos en el mundo, intenta colocarnos en un esquema estructurado, en un mundo comprensible y comprendido. En lo Unheimliche se siente inquieto, nuestras ideas, sentimientos e instintos son como piezas de un puzle que no encajan, algo está por cerrar. Freud cita en su ensayo a un psiquiatra alemán Ernst Anton Jentsch (1867-1919) que tiene una obra anterior titulada Zur Psychologie des Unheimlichen (Hacia la Psicología de lo Inquietante) que se publicó en dos separatas diferentes en el Psychiatrisch-Neurologische Wochenschrift 8(22) (25 de agosto de 1906): 195-198 y en el siguiente número 8(23) (1 de septiembre de 1906): 203-205. Jentsch utilizó este concepto para seres que están a medio camino entre lo vivo y lo no vivo y lo relacionó también con la literatura «Uno de los artificios más infalibles para producir efectos ominosos en el cuento literario consiste en dejar al lector en la incertidumbre sobre si una figura determinada que tiene ante sí es una persona o un autómata». En la actualidad puede ser un robot, un zombi, un sosias o un famoso sometido una avalancha de cirugías estéticas, sabemos quién es pero no parece él, ¿es alguien que se le intenta parecer? ¿es alguien peligroso y desconocido oculto bajo una máscara familiar? Masahiro Mori, catedrático de robótica en el Instituto de Tecnología de Tokio publicó en 1970 un ensayo en la revista Energy donde analizaba la sensación de familiaridad y simpatía generada por un grupo de robots antropomorfos. El principal resultado es que la simpatía por el autómata se incrementa con el aumento del parecido con la figura humana hasta un punto cerca del realismo, donde lo que se produce es un fuerte descenso en las respuestas emocionales positivas y la aparición de sentimientos desagradables, ansiedad y repulsión. Si el parecido sigue aumentando y la semejanza con una persona es ya prácticamente total, la simpatía reaparece y aumenta con rapidez. El camino puede recorrerse en sentido inverso: podemos partir del humano e irlo modificando, añadiendo piezas artificiales como en Robocop, haciendo una mezcla hombre-máquina (Terminator), transformándolo en algo intermedio entre un hombre y un animal (La Mosca) o generar algo que le separe del resto de la Humanidad (de las mutaciones de los X-Men a la joroba del campanero de Notre Dame). Al final lo que se ha visto es que si creamos personajes que son vagamente humanos como unos coches que tienen rostro (Cars) o un pato antropomorfo que habla y lleva pajarita, chaqueta y gorro de marinero —aunque el obispillo al aire— (Donald), sentimos simpatía por él. Del mismo modo, si dibujamos personajes realistas de una fidelidad casi fotográfica, también resulta atractivo para los espectadores, pero si nos movemos en algo cerca del límite como un robot que parece casi humano, pero no del todo, experimentamos rechazo y podemos responder con emociones básicas como la repulsión o la agresión. Me hace pensar en otro término alemán de difícil traducción: el Doppelgänger. Significa algo así como caminante doble y puede ser un sosias de una persona o lo que se llama el gemelo malvado. El Doppergänger es también inquietante y para algunos, como Strindberg, anuncia la muerte del que le ve, y aparece en Dostoievski, en Cortázar, en Poe, en Saramago, en Andersen, una vez más la fecunda conexión entre Literatura y Ciencia. Para leer algo más:
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