UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 30 Mar 2015 04:48 AM PDT
Después de la infección, una forma del parásito, los llamados esporozoítos, migran a través del torrente sanguíneo hasta el hígado, donde maduran, se reproducen asexualmente y producen otra forma, los merozoítos. Los merozoítos ingresan en el torrente sanguíneo e infectan los glóbulos rojos, se multiplican dentro de ellos, y los hacen estallar al cabo de 48 a 72 horas, saliendo a la sangre para infectar más glóbulos rojos. Los primeros síntomas se presentan por lo general de diez días a cuatro semanas después de la infección, aunque pueden aparecer desde ocho días hasta un año después de ésta. La malaria ha marcado el curso de la historia de la Humanidad. En muchas guerras murieron más soldados por el plasmodio que por los enemigos y han muerto papas, reyes y millones de personas destacadas y anónimas. Muchos grandes guerreros sucumbieron a la malaria después de vencer en el frente de la batalla y a menudo los avances de los ejércitos fueron cortados bruscamente por esta enfermedad. Napoleón había tenido ya un encuentro con la malaria y no se le había olvidado. Fue incapaz de poner fin a la insurrección de los esclavos haitianos en 1802. La guerra fue una carnicería pero la estación lluviosa empeoró las cosas: la malaria y la fiebre amarilla se hicieron rampante y 24.000 soldados franceses, incluido Charles Leclerc, el cuñado de Bonaparte y comandante de la fuerza expedicionaria, murieron. Los británicos consideraban que el control francés de los puertos holandeses era «una pistola en la cabeza de Inglaterra» y que había que dar un golpe decisivo a la ambición de Napoleón que se estaba haciendo con el dominio de toda Europa. El 30 de julio de 1809 un ejército expedicionario inglés desembarcó en la isla de Walcheren, en el estuario del Scheldt, con el objetivo de apoyar a los austriacos en su guerra contra Napoleón y asaltar la flota francesa que estaba anclada en Vlissingen. La fuerza británica estaba formada 264 buques de guerra y 352 barcos de transporte que llevaban unos 39.000 soldados, 15.000 caballos, abundante artillería y dos equipos de asedio. Era el contingente más importante mandado nunca fuera de Inglaterra, superior al que se envió a Portugal al mando de Wellington para luchar en lo que los británicos llaman la Guerra Peninsular y los españoles, la Guerra de la Independencia. Las descripciones de los diarios de los oficiales británicos hablan de una «marisma plana convertida en un jardín» donde «colocamos nuestra mesa a la sombra de unos frutales lujuriantes y disfrutamos de todos los placeres de la vida rústica». A las tropas en cambio había algo que les molestaba, enjambres de mosquitos que les picaban hasta que se les hinchaba la cara. Los oficiales médicos, en cambio, no le prestaron mucha atención llegando a comentar que «el zumbido que hacen es más alarmante que el daño que infringen». Estaban muy equivocados. Bernadotte dirigió a sus hombres hábilmente y aunque los británicos capturaron Vlissingen después de un feroz bombardeo, ya había dado orden de trasladar la flota a Amberes y reforzar las defensas y allí ya no quedaba nada. Entonces, al parecer, Napoleón dio órdenes de romper los diques e inundar los campos holandeses. El genial corso dijo «Nos enfrentaremos a los ingleses con nada más que la fiebre, que pronto les devorará a todos». Aunque el resultado de la voladura de los diques fue solo parcial, el optimismo que sentían los ingleses, que apenas veían enemigos, pronto se reveló que era infundado. Cuando en febrero de 1810 la campaña se dio por terminada habían muerto de malaria 60 oficiales y 3.900 soldados mientras que, en comparación, solo 106 habían muerto en combate. Eso implica que murió un 3% de los oficiales y un 10% de la tropa, una evidencia clara de la diferencia de los cuidados médicos en unos y otros. Al terminar la campaña de Walcheren más del 40% de las fuerzas habían sido baja por enfermedad y seis meses más tarde, en febrero de 1810, unos 11.000 hombres seguían enfermos. La mayor parte de los supervivientes fueron enviados a la Península Ibérica para reforzar las tropas de Wellington, aunque era sabido que estos regimientos eran los primeros que enfermaban y duplicaron las bajas por enfermedad de las tropas del futuro vencedor de Waterloo. Se calcula que en todos los frentes de batalla de las guerras con Francia entre 1793 y 1815 las muertes británicas estuvieron en torno a 240.000 hombres pero menos de 30.000 de ellas se debieron a heridas. El gran enemigo de los ejércitos han sido siempre las epidemias y no mejoró mucho con el tiempo. El general americano Douglas MacArthur dijo en mayo de 1943 sobre su campaña asiática «Esta será una guerra muy larga si por cada división que tengo enfrentándose al enemigo, debo contar con una segunda división en el hospital con malaria y una tercera convaleciendo de esta enfermedad». La variante más peligrosa del paludismo es la malaria cerebral, que mata a entre un 15 y un 25% de los niños afectados. Los procesos claves de la enfermedad y las causas directas de la muerte no se conocen. A veces no nos damos cuenta de lo desigual que es el mundo, el primer y único aparato de resonancia magnética llegó a Malawi en 2009, un país con 16,3 millones de habitantes. Eso permitió hacer un estudio de qué pasaba durante la infección. Se sabía que los niños que morían de malaria cerebral tenían un cerebro de un peso comparativamente alto para su edad pero no se conocía cómo mata el plasmodio. Se piensa que el punto de partida es el secuestro por el parásito de los eritrocitos y su llegada a los capilares sanguíneos cerebrales, lo que llamamos la microvasculatura del encéfalo. Allí habría varias vías posibles que incluirían la congestión vascular —el vaso sanguíneo se tapona—, la alteración de la perfusión sanguínea —el riego sanguíneo disminuye—, la activación de las células endoteliales —las que forman la pared del capilar—, que llevarían a un derrumbe de la barrera hematoencefálica, —el límite entre la sangre y las neuronas—, un edema cerebral —hinchamiento del cerebro— y una respuesta inflamatoria sistémica. El hinchamiento del cerebro genera presión contra el cráneo, alteración de los ventrículos cerebrales y la eliminación del líquido cerebroespinal en el espacio subaracnoideo. El cerebro se daña, afecta a las neuronas que controlan la respiración y llega la asfixia y la muerte. Es la forma más severa y mortal de esta enfermedad. La buena noticia es que este hallazgo abre la vía a nuevos tratamientos porque, como hemos visto, si la encefalitis —la inflamación del cerebro— es transitoria, la persona se salva. Para leer más:
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