Profesor Atticus |
Posted: 08 Sep 2015 03:44 AM PDT
Leo en ABC el titular "Por qué los cuentos de princesas no son aconsejables para tus hijos" y lo primero que me sale es hacer un inmediato acto de contrición y reconocer, mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa, que he pecado de imprudencia, no una, sino varias veces, y le he hablado a mi hija de princesas (con faldas y todo, aunque no a lo loco, vaya esto en mi descargo). Para completar mi descarrío, he permitido a mi hijo jugar con coches y hasta visitar un taller (así soy de irreflexivo). Antes que el remordimiento termine conmigo, me dispongo a seguir los sabios consejos de los expertos para evitar caer de nuevo en la desorientación paterna y retomar la senda correcta: la de la igualdad. Repito varias veces tomando plena conciencia e interiorizando el dogma: "los cuentos de princesas no son aconsejables".
Una vez he asimilado lo mal padre que he sido y decidido a redimirme, continúo la lectura del texto y me encuentro con el grave peligro de que mi hija, si ve, que no la ha visto, la película "Frozen", si escucha hablar de Blancanieves o Cenicienta, pueda desarrollar el "síndrome de la princesa". Este "trastorno" lo diagnosticó (ya me entienden) la doctora Jennifer L. Hardstein y está generado, dice ella, por el impacto "negativo y peligroso" sobre los más pequeños de "ciertos cuentos y personajes de ficción". Deduce la susodicha que las niñas que vean estas películas o lean estos cuentos desarrollarán una "idea estereotipada" de la mujer y pensarán que "tan solo si son guapas y visten a la moda lograrán encontrar al ansiado príncipe azul". La tesis la corrobora Rebeca Cordero, directora académica de Educación y profesora de Sociología Aplicada en la privadísima Universidad Europea, quien afirma que estos contenidos perversos influirán "de manera decisiva en el comportamiento de nuestros hijos".
Parece ser que el mayor riesgo de los cuentos y las películas de princesas tiene que ver, según la Señora Cordero (¿o debería decir "Señora Oveja"?) con que estas son guapas y bien vestidas y no las hay "lesbianas" o "discapacitadas" y también con que el hombre (el "príncipe azul") se suele mostrar "el salvador" y el que "transmite seguridad a la mujer, la cuida y la protege". "Los niños", afirma Cordero, "aprenden por imitación" y "la visualización de este tipo de productos hará que los más pequeños tiendan a pensar que esos estereotipos y comportamientos son normales. Las niñas creerán que tienen que estar siempre guapas, los niños asumirán que deben proteger a la mujer".
Antes de proseguir, me gustaría lamentar la escasa confianza que demuestran estos expertos no solo en los padres sino también en los hijos. Uno empieza a cansarse de que se dé por hecho que a quien no se autodenomina experto en algo se le reserve el dudoso papel de imbécil. Y, oigan, entre el experto y el imbécil hay un amplio espacio que algunos creemos, honestamente, ocupar: el de la gente normal, con sentido común, ni muy lista ni muy tonta, que hace las cosas lo mejor que sabe o que puede. También debo decir que los críos, por lo general, no son bobos y saben qué está bien y qué está mal. Lo que los adultos debemos hacer, opino, no es evitarles que piensen, analicen, tomen postura y decisiones, sino aconsejarles, recriminarles si hacen mal y reconocerles si bien. ¿De verdad pensamos que si una niña lee un cuento de princesas en el que la princesa es una muchacha poco agraciada, la pequeña lectora dejará de soñar con un príncipe azul guapo y apuesto? ¿que si la protagonista del cuento es pobre y no puede permitirse un bonito vestido la pequeña lectora no fantaseará con asistir a un baile como las otras princesas, las de largos y hermosos vestidos? ¿quién fantasearía con lo contrario? ¿por qué se ha de condicionar las ilusiones de los niños? ¿por qué desconfiar de ellos y prejuzgar que se convertirán en seres egoístas, narcisistas y poco solidarios? ¿En serio puede alguien presagiar que si la princesa del cuento no es discapacitada la niña no será capaz de respetar y ayudar a quien lo sea, de empatizar con él o ella, de ser solidaria? ¿Debe ser lesbiana Blancanieves para evitar que las "víctimas" de su lectura se conviertan en homófobas? Según nuestra experta, no debe ser considerado "normal" que un hombre "proteja" o "transmita seguridad" a una mujer. No quiero pensar qué opinará de que le deje pasar primero por la puerta. Porque para mí, normal, en el sentido de natural, sí lo es. También lo contrario, que conste: que una mujer transmita seguridad a un hombre, que lo proteja. ¿por qué no? Hay tantos modelos de relación como personas. Pero si esto no es malo (o no es "anormal"), no entiendo por qué lo otro sí. Ambos comportamientos, vayan en una u otra dirección, son perfectamente admisibles; es más, son positivos. Y quien quiera buscar intenciones discriminatorias o sexistas, desde luego puede hacerlo, pero que no pretenda imponer sus conclusiones. Si los niños aprender "por imitación", como bien apunta la directora académica de Educación y profesora de Sociología Aplicada, basta que encuentren en su casa un ambiente de respeto, tolerancia, honradez y cultura (enseguida me extenderé sobre esto último) para evitar que se conviertan, por culpa de los "pérfidos" cuentos tradicionales, en malas personas.
¿Por qué incluyo, además del respeto, la tolerancia o la honradez, la cultura como uno de los valores imprescindibles que los padres debemos tratar de inculcar a nuestros hijos? Porque estoy convencido de que muchas de las espantosas amenazas que algunos quieren ver en todo lo que exceda su credo particular, en todo lo que se salga del molde políticamente correcto que defienden a capa y espada, no proceden más que de la ignorancia. Solo desde la ignorancia se puede dejar de ver cómo la Cenicienta es capaz de romper su estatus social de fregona al que le han relegado su tiránica madrastra y sus envidiosas hermanastras y cómo su matrimonio con el príncipe de un reino europeo supone un claro ejemplo de ascenso social. Solo desde la ignorancia se puede ser tan simple como para descartar por machista "Blancanieves" por el hecho de que esta ponga orden en casa de los enanitos, poco habituados a las tareas domésticas, todo hay que decirlo, sin tener en cuenta que se publicó por primera vez en 1812 y que la opción de convertir a Blancanieves en minera, como los enanitos, muy probablemente nos habría llevado a hablar de explotación laboral y de falta de conciliación familiar y laboral.
Que la situación "es seria", como explica la profesora de Sociología, no lo niego, aunque debo decir que a veces no lo parece. Comparar que una alumna admita que su novio "le diga que no lleven tanto escote" con la perniciosa influencia de los cuentos tradicionales me parece tan ridículo como pensar que la lectura de cuentos posmodernos políticamente correctos propiciaría una generación de grandes personas, respetuosas, tolerantes, honradas y solidarias.
Sinceramente, creo que estamos perdiendo el rumbo. Y creo que, una vez más, educación y enseñanza (o si lo prefieren: educación familiar y educación académica) van de la mano en este despropósito generalizado, precisamente por obsesionarnos con una igualdad que, si bien nos hace a hombres y mujeres semejantes, nunca nos podrá hacer iguales. La equidad, más de moda hoy (si cabe) sí me parece apreciable, sobre todo en su quinta acepción: "disposición de ánimo que mueve a dar a cada uno lo que merece". Pero el error fundamental, desde mi punto de vista, es considerar esta igualdad, esta equidad, al final y no al principio. Me explico: en la enseñanza, nadie debe ser menos de inicio, pero a quien merezca, por esfuerzo, tesón (y, por qué no, por capacidad) llegar más lejos que otro, siempre de forma honrada, se le debe permitir. En la educación, nadie debe ser menos de inicio, pero se deben respetar los gustos, inclinaciones y tendencias de cada cual, sin interferir mientras no vayan en detrimento de la libertad de los demás. En este sentido, encuentro descabellado que se denuncien estereotipos y no se combata la igualdad real y de hechos consumados (por ejemplo, que una mujer cobre menos que un hombre realizando el mismo trabajo), que se quiera condicionar la tendencia natural de un niño hacia los juegos de "polis y cacos", hacia el color azul o hacia los oficios "de chicos" o la de la niña hacia los juegos con muñecas, el rosa o las profesiones tradicionalmente femeninas. Lo que quiero decir, me apresuro a explicarlo antes de ser acusado de cualquiera sabe qué, es que lo rechazable es que un niño quiera ir de rosa y otro se ría de él. O que no se le deje ir de rosa. No que vaya de azul. Se ha de luchar por que la niña que quiera ser pirata y no princesa pueda serlo y por que el niño que quiera jugar "a cocinitas" pueda hacerlo. Esto es razonable. Lo otro, con todo los respetos, al menos a mí no me lo parece.
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