Si no me conoces ¿por qué me sonríes? |
Posted: 10 May 2016 05:38 PM PDT
Seguramente, casi todos conozcáis el relato Bienvenidos a Holanda, de Emily Kinsgley, relato que con frecuencia se utiliza con los padres que se enfrentan por primera vez a un diagnóstico. En dicho relato (podéis leerlo aquí, en el blog de Cappaces), la llegada de un niño con discapacidad se compara con un viaje inesperado. Un cambio de destino, un ajuste de expectativas.
Algunas familias encuentran en este relato una versión un tanto edulcorada de la realidad.
A veces, la llegada de la diversidad, no es simplemente un cambio de destino, no es viajar a un país distinto; es ir a otro planeta, dar la vuelta a la vida por completo o, como se explicaba en el anterior post, sufrir un vendaval, cinco tornados y siete huracanes. Las familias viven experiencias diversas y no podemos asumir que todas pasan por lo mismo, al mismo tiempo, por los mismos motivos; ni que requieren las mismas soluciones y los mismos apoyos.
Quizá por eso, Susan F. Rzucidlo, madre de una persona con un autismo severo, se decidió a escribir Bienvenidos a Beirut, una versión más oscura, combativa y cruda del relato de Kinsgley. Para ella, el autismo supuso entrar en combate de repente, saltar a las trincheras, sin preparación, sin ejército, sin armas, simplemente con la convicción de que –algún día- ganaría la guerra.
Reproduzco, a continuación, el relato (es una traducción aproximada, se puede encontrar la versión original aquí). A menudo me preguntan cómo es criar a un hijo con autismo. Para que toda esa gente que no ha compartido esta experiencia única , lo entienda e imagine cómo se siente, es algo así… Ahí estás tú, feliz, en tu vida, con un pequeño o dos a tus pies. Tu vida es completa y buena. Uno de tus niños es un poco diferente del otro, se parece a tu familia política… Pero, oye, tú los elegiste… No puede ser tan malo. Te habías portado bien a lo largo de tu vida… Bueno, lo intentaste… Nunca antes habías oído hablar del autismo. Miras a tu alrededor y todo parece seguir igual. Igual pero diferente. Tu familia es la misma. Tu niño es el mismo. Pero ahora tiene una etiqueta y tú tienes un trabajador social, asignado a tu familia. Te llamará pronto. Te sientes como una rata de laboratorio que han dejado de repente en un laberinto. Justo cuando empiezas a comprender el primer paso (atención temprana), te empujan al siguiente nivel (la escuela). Para no ser menos, siempre hay un laberinto médico. Un laberinto del que casi nunca se sale. Siempre hay algún nuevo medicamento milagroso por ahí. Oyes que ayuda a algunos niños, ¿ayudará al suyo? Encontrarás muchos padres que, como tú, están recorriendo el laberinto. Quizá en otro nivel. Contar con los demás padres te ayudará en el día a día. Esta situación realmente es un asco, pero todavía quedan buenos momentos por vivir. ¡Advertencia! Llegarás a desarrollar un sentido del humor un tanto extraño… De vez en cuando, te alcanza una bala o una bomba. No te matan, pero sí te dejan heridas abiertas. Tu hijo tiene regresiones sin motivo aparente, y lo sientes como una patada en el estómago. Algún matón se burla de él, y a ti te duele el corazón. Te excluyen de varias actividades por causa de tu hijo, y lloras. Tus otros hijos se avergüenzan de su hermano con discapacidad, y suspiras. Los apoyos médicos se niegan a proporcionar terapias continuas, y tu presión arterial sube. Los brazos te duelen de sujetar el teléfono mientras esperas a hacer trámites con doctores, terapeutas, que tienen el poder de mejorar o destruir la calidad de vida de tu hijo con un simple trazo en un papel. Estás agotado porque tu hijo no duerme. Sin embargo, todavía hay esperanza. Hay nuevos medicamentos. Hay investigaciones en marcha. Hay intervenciones que sí funcionan. Gracias a Dios, muchos otros lucharon duro antes de que tú llegaras.
Susan F. Rzucidlo
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