Mi centro, al igual que otros muchos de nuestro territorio, tiene una buena dotación de elementos tecnológicos. Las aulas están dotadas con pizarras digitales y proyector, los alumnos disponen de sus netbooks y, como no, los docentes también disponemos de nuestro propio equipo informático personal. La wifi sigue sin ir del todo bien pero, dentro de las limitaciones de lo anterior, se puede hacer bastante buen trabajo con las TIC por el nivel de equipamiento que poseemos.
Pero, ¿qué pasa? ¿Cómo es que las TIC no se están usando para mejorar el aprendizaje? ¿Por qué las aulas de nuestros centros, tan bien dotados a nivel de equipamiento, son de todo menos facilitadoras del uso de la tecnología? ¿Por qué?
Las aulas no son tan TIC porque el modelo de aula no lo es. Las aulas, al igual que las de hace décadas, están basadas en distribuciones estandarizadas (mesas y sillas distribuidas a lo largo del espacio disponible). Distribuciones estandarizadas que, por cierto, incluyen la posibilidad de juntar las mesas para que trabajen en grupo. Eso sirve de poco. Es un falso apaño para seguir manteniendo la visión de mesas y sillas distribuidas a lo largo de un recipiente donde se vierte un conocimiento cada vez más enlatado en bits.
Tampoco no ayudan las puertas cerradas. Ni la necesidad de permanecer a lo largo de toda la sesión de clase en las aulas. Ni los timbres. Ni las asignaturas. Ni lo importante de no hablar más alto de la cuenta para no molestar al profesor que, por desgracia, le ha tocado dar clase en el aula de al lado. Miedo a que se hable en voz demasiado alta. Susurros para trabajar con tecnología en la misma forma que los curas redactaban sus incunables.
Desde el momento que los centros educativos son infraestructuras decimonónicas los aparatos no funcionan. Plantear uso abierto de contenidos en espacios cerrados es algo que, más allá de utópico (aunque algunos lo intentemos) choca frontalmente con esas paredes de ladrillo. La creatividad no se imprime a golpe de infraestructuras obsoletas ni de tecnologías a aplicar en las mismas. Y, a la postre, lo que se resiente es la calidad educativa. Porque hacer cosas diferentes cuando lo principal (espacios y estructuras de trabajo) no cambian es disminuir esos resultados que tantas pruebas externas valoran y que se venden mediáticamente tan bien. Usar las TIC en contextos poco adecuados (como es el caso de la mayoría de centros educativos) poco aporta de positivo. Más bien al contrario. Y si hablamos de hacer lo mismo que antes con esas nuevas herramientas... prefiero no comentar nada sobre el tema.
Fuente: Néstor Alonso (@potachov)
Es por lo anterior que algunos preferimos, dentro de las posibilidades de no agresión que nos planteamos, tener grupos donde el contenidos y la forma de impartirlo sea flexible. Huir de esos bachilleratos tan dirigidos y rígidos para optar por esos cursos que para algunos son intratables. Bueno, mientras muchos se peguen por esos bachilleratos y ciclos formativos de grado superior, algunos intentaremos que esas aulas no tan TIC puedan abrirse un poco al exterior. Algo realmente necesario porque, por si no lo sabíais, soy totalmente alérgico a ese olor de naftalina que tanto abunda en nuestro sistema educativo a nivel de infraestructuras, prácticas y sistema :)
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