UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 21 Jul 2014 12:47 AM PDT
Pedro Sainz Rodríguez, político, literato y editor dijo en 1986: «Ramón y Cajal estuvo siempre al margen de la política. Toda su preocupación pública fue la del desarrollo científico de España». Si aplicamos el término política a la actividad partidista de los que buscan gobernar, Cajal no hizo política. Si la interpretamos como la implicación del ciudadano en los asuntos públicos, un quehacer destinado al bien común, Cajal fue un político eminente, sirviendo en varias instituciones.
En 1906, el mismo año del premio Nobel, Segismundo Moret, presidente del Consejo de Ministros, ofreció a Santiago Ramón y Cajal la cartera ministerial de Instrucción Pública, lo que ahora sería el Ministerio de Educación y Cultura. En sus memorias Cajal cuenta que Moret ya lo había intentado el año anterior:
Ya en el año 1905, en algunas de nuestras conversaciones en el Ateneo, me anunció sus deseos. Yo me limité a darle las gracias, esquivando mi respuesta con evasivas corteses. La verdad es que ni yo me sentía político, ni estaba preparado para el arduo oficio de ministro, ni acertaba a descubrir en mí, al hacer examen de conciencia, las dotes en nuestro país indispensables para desempeñar dignamente una cartera.
El año siguiente, en una conferencia celebrada en su casa, Moret vuelve a la carga, Cajal vuelve a excusarse, escudado en su inexperiencia parlamentaria:
pero la elocuencia de don Segismundo era terrible. Con frase inflamada en sincero patriotismo, expuso las grandes reformas de que estaba necesitada la enseñanza, encareciendo el honor reservado al ministro que las convirtiera en leyes; añadió que también los hombres de ciencia se deben a la política de su país, en aras del cual es fuerza sacrificar la paz del hogar, cuanto más las satisfacciones egoístas del laboratorio; y citóme, en fin, para acabar de seducirme, el ejemplo de M. Berthelot [Marcellin Berthelot, químico, historiador y ministro francés] y de otros grandes sabios, que no desdeñaron, para elevar el nivel cultural de su nación, la cartera de Instrucción Pública.
A Ramón y Cajal le atrajo inicialmente la idea, «sus cálidas exhortaciones hicieron mella en mi flaca voluntad» pues le permitiría iniciar una serie de medidas como las que él defendía y que planteó a Moret, una apuesta por la formación y la investigación para mejorar el nivel medio del país, un refuerzo a la calidad de las universidades, contratación de profesores visitantes de buen nivel investigador, creación de grandes colegios adscritos a las universidades, la fundación de un centro de alta investigación siguiendo el modelo del Colegio de Francia… En general era un proyecto regeneracionista que buscaba establecer la educación y la investigación como la base fundamental para el progreso del país. Cajal esperaba que Moret se asustara ante un proyecto tan ambicioso y que requería cuantiosas inversiones pero le contestó «estamos perfectamente de acuerdo. En cuanto se plantee la próxima crisis, usted será mi ministro de Instrucción Pública». Enriqueta Lewy Rodríguez, secretaria de nuestro histólogo aragonés cuenta un detalle que el propio Cajal no recoge en sus memorias. Según ella, don Santiago, siempre inteligente y directo, le preguntó al presidente del Gobierno de cuantos millones de pesetas dispondría para colocar nuestra educación a la altura de las mejores de Europa. Moret no supo contestarle.Cajal, tras pensarlo seriamente y temeroso de que los envidiosos de la universidad y los políticos profesionales le considerasen un ambicioso y un advenedizo, decidió declinar la oferta no porque las posibilidades no le atrajeran o no tuviera claro qué camino debería seguir sino fundamentalmente porque la inestabilidad política del gobierno de Moret hacía muy probable que su gabinete no se sostuviera mucho tiempo. Así fue, tras el atentado del anarquista Mateo Morral en la boda de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, Moret se vio forzado a dimitir a los cinco meses de su nombramiento. Volvió a ser nombrado presidente del Gobierno el mismo año pero en este caso su mandato duró solo 5 días, del 30 de noviembre al 4 de diciembre y sus ministros fueron cesados a las cuarenta y ocho horas de ser nombrados. Moret contaba, cuando le pidieron que escribiera algo sobre Cajal tras la concesión del premio Nobel, su incomodidad al respecto pues le había ofrecido dos veces la cartera ministerial y las dos se la había rechazado. Cajal presume en sus memorias del «asombro de varios politicastros al saber que rechazaba tan codiciada prebenda». En un artículo publicado en la revista España de Buenos Aires, Unamuno, en cambio, le daba su apoyo escribiendo:
Tiene otro modo de servir, y hasta de servirla políticamente a su patria. Una de las cosas más perniciosas de nuestro ambiente público es la tendencia a impulsar hacia la política a cualquier espíritu que se señale y se distinga en un campo cualquiera de la cultura humana.
En 1900 Cajal asumió un cargo de responsabilidad pública, un puesto político pero con bastante componente técnico, el nombramiento como director del Instituto Nacional de Higiene de Alfonso XIII. Cajal aceptó la designación por patriotismo de «un cargo que me imponía graves responsabilidades, y celo y actividad perseverantes» y en 1920 cuando «fatigado y enfermo, advertí con satisfacción que la obra común tenía raigambre en la opinión pública y había alcanzado vigor y estabilidad, dimití, entregando a un sucesor joven, competente y capaz y a unas manos fuertes y expertas la dirección del instituto … que es máxima discreta, según decía Gracián, "tener buen dejo", es decir abandonar los cargos antes de que los cargos nos abandonen».Al año siguiente de rechazar la cartera ministerial, Cajal recibió otra propuesta y a ésta dijo que sí. En 1907 se crea la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas y se oferta a Cajal su presidencia. Cajal, convencido de que puede ser una herramienta útil para llevar a cabo un cambio positivo en la educación, la ciencia y la cultura de España, impulsando a los mejores jóvenes de las nuevas promociones universitarias, acepta. De hecho, la JAE se convirtió en el principal organismo público de apoyo a la investigación y de reforma educativa. Sus principales herramientas era la concesión de ayudas individuales o en grupo para estudiar en los mejores centros de investigación del extranjero—las famosas pensiones—, la designación de las delegaciones que asistían en representación de España a los congresos internacionales, las «cajas de investigaciones científicas», una línea de publicaciones, el establecimiento de lazos y proyectos culturales y científicos con otros países, la concesión de certificados de suficiencia (unas habilitaciones que permitían obtener plazas en universidades e institutos) y la creación de centros de investigación y educativos. Entre los más relevantes están el Centro de Estudios Históricos, el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales, la Residencia de Estudiantes, la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma, la Residencia de Señoritas, el Laboratorio y Seminario Matemático, el Grupo Escolar Cervantes, el Instituto Escuela, el Centro Nacional de Investigaciones Biológicas, el Instituto Nacional de Física y Química, las Misiones Pedagógicas, la Estación de Biología Marina (germen del futuro Instituto Español de Oceanografía), la Estación Alpina de Guadarrama o la Universidad Internacional de Verano de Santander con Menéndez Pelayo como primer director y cuyo nombre lleva en la actualidad. En la JAE contó con la inestimable colaboración de José Castillejo, secretario de la institución y valorado como la eminencia gris de la institución. Castillejo era un austero profesor de Derecho Romano que en su devoción por la universidad alemana imitaba a sus profesores yendo cada día a clase en bicicleta y su política era «no queda otro recurso que formar gente nueva y unirla a los elementos aprovechables de la antigua, pero esa gente nueva no lo será de veras como no respire por mucho tiempo el ambiente de la universidad extranjera». La JAE estaba inspirada por el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, aunque Cajal decía de sus seguidores que hablaban mucho y escribían poco. La JAE se convirtió en un modelo anglosajón de universidad investigadora —aunque pública en el caso español— sin apenas conexión con las universidades restantes (aunque la práctica totalidad de sus cargos directivos eran catedráticos de la Universidad de Madrid), con una autonomía completa en su gestión y un alto nivel científico. Por otro lado, los nuevos centros se crearon todos en Madrid -salvo los vinculados al mar y al verano que se establecieron en Santander- y siempre tras determinar antes quién sería su director. En la inmediata posguerra (1940) De Gregorio Rocasolano acusaba a la JAE de acaparar y estropear la investigación científica y criticaba sus procedimientos: «El residenciar en Madrid tales objetivos trajo como consecuencia un caciquismo efectivo en cada rama del saber, personalizado en un capitoste de la Institución». Cajal ejerció este puesto político con compromiso, contundencia y ética. El mismo nivel de exigencia y calidad que ponía en la investigación, Cajal lo quiso aplicar también a la organización política del Estado: igual que había fomentado las estancias de profesores en las universidades extranjeros desde la JAE llegó a proponer que se excluyera, por ley, de los Consejos de Estado a todo político que no hubiera permanecido por lo menos tres años en las escuelas extranjeras. También se preocupó de que los laboratorios que resultaban subvencionados por la JAE rindieran cuentas, demostrasen el buen uso de esos fondos y presentaran resultados tangibles de nivel internacional:
Mi criterio es que no debe aumentarse la subvención de ningún laboratorio que no se comprometa a publicar como el nuestro un tomo anual de investigaciones (en francés o alemán), de costo de 12 a 14.000 pesetas. Todo lo demás me parece despilfarro, y es ocasionado a desacreditar a los investigadores españoles que no deben buscar en los laboratorios prebendas sino los medios materiales estrictamente necesarios para sus pesquisas y para poder vivir. Proceder de otro modo es fomentar un nuevo parasitismo del cual desgraciadamente tenemos demasiados ejemplos: el parasitismo de laboratorio.
La dictadura de Primo de Rivera decidió cerrar la JAE. Probablemente era considerado un órgano que iba por libre, del que minusvaloraban su beneficioso impacto y, sobre todo, que no parecía ser afín políticamente al general. Enterado por Castillejo de la intención del dictador, Cajal se fue a ver a Primo quien le dijo que la institución entrañaba un serio riesgo político puesto que era un peligroso nido de anarquistas y comunistas que tarde o temprano acabarían generando problemas. Cajal le garantizó que, «mientras yo sea presidente, […] la JAE nunca se convertirá en un centro de agitación política. Yo me he cuidado personalmente de que allí estén representadas y convivan todas las tendencias e ideologías políticas bajo el principio de máximo respeto entre ellas. […] Usted no puede suprimir la Junta». Cajal era una figura incuestionable de la vida pública española, respetado por los obreros, los universitarios, la prensa y los dirigentes políticos de todas las tendencias. Primo de Rivera aceptó las seguridades que Cajal le ofreció, el decreto de cierre de la JAE no llegó a publicarse y la propia Junta con Cajal al frente siguió su benemérito trabajo.Cajal fue además senador, primero en representación de la Universidad Central (1908-1909, 1909-1910) y luego como senador vitalicio (1910, 1911, 1914, 1915, 1916, 1917, 1918, 1919-1920, 1921-1922, 1922, 1923). Aceptó el nombramiento por ser un cargo no remunerado y con la condición de mantener su independencia y no tener que adherirse a ningún partido. Él se sentía liberal y votaba siempre a favor de Canalejas de quien admiraba sus ideales democráticos, su sólida formación, su oratoria, su profunda cultura y su capacidad de trabajo. En la última etapa de su vida abandonó todos los cargos menos el senado y la JAE. En su última obra, El mundo visto a los ochenta años, publicado póstumamente, Cajal escribe: «…en cuanto a mí, simple aficionado a los estudios científicos, hace tiempo que me inhibí de toda servidumbre política». De la JAE no se jubiló y seguía siendo su presidente el día de su muerte el 17 de octubre de 1934. Así se libró de ver el final de esta crucial institución en la historia de la ciencia española. Fue disuelta por el gobierno de Franco en 1938; su segundo y último director, el biólogo Ignacio Bolívar, tuvo que marchar al exilio a sus 89 años y sus centros fueron integrados en una nueva institución, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Fernández Terán y González Redondo han publicado que «habrá quien opine (e incluso ponga por escrito) que el Consejo supuso en 1939 la continuación de la Junta. Pues bien esa perspectiva no es aceptable ni histórica, ni política ni moralmente: el CSIC surgió entonces, precisamente, de la ruptura radical, consciente y explícita con todo lo que significaba la JAE». Un acto simbólico de este carácter antitético fue la conversión de uno de sus locales más emblemáticos, el Auditorio de la Residencia de Estudiantes, el centro social de una institución de espíritu laico y liberal, en un espacio confesional, la iglesia del Espíritu Santo. El franquismo utilizó la figura de Cajal, a pesar de ser republicano y progresista, para intentar paliar su aislamiento internacional, la pésima imagen por el exilio o asesinato de profesores e intelectuales de izquierdas y su paupérrimo nivel investigador. Siguiendo a Martínez del Campo resulta paradójico que un régimen ultracatólico y que abominaba de la política parlamentaria como el franquista «resaltara a una persona que fue agnóstica y que ejerció como senador durante varios años. No obstante, el patriotismo del cuál hizo gala durante su vida fue suficiente para ocultar cualquier otro tipo de consideraciones. Además, los 'intelectuales orgánicos' no dudaron en manipular su biografía, que pasó a encarnar a la perfección todos los valores de la 'Nueva España'». Basándose en sus críticas contra los nacionalismos catalán y vasco, algunos propagandistas del régimen manifestaron que de haber estado vivo en 1936, Cajal habría apoyado la insurrección franquista. García Durán llegó a afirmar que «la juventud española recogió su grito, y 'manu militari' hizo lo mismo que Cajal habría hecho de tener veinticinco años». Una idea, que él apoyase una contienda civil, que a Cajal -pienso-le habría horrorizado. Para leer más
|
You are subscribed to email updates from UniDiversidad. Observaciones y pensamientos. To stop receiving these emails, you may unsubscribe now. | Email delivery powered by Google |
Google Inc., 20 West Kinzie, Chicago IL USA 60610 |
No hay comentarios:
Publicar un comentario