UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 21 Jul 2014 12:47 AM PDT
En 1906, el mismo año del premio Nobel, Segismundo Moret, presidente del Consejo de Ministros, ofreció a Santiago Ramón y Cajal la cartera ministerial de Instrucción Pública, lo que ahora sería el Ministerio de Educación y Cultura. En sus memorias Cajal cuenta que Moret ya lo había intentado el año anterior:
Ya en el año 1905, en algunas de nuestras conversaciones en el Ateneo, me anunció sus deseos. Yo me limité a darle las gracias, esquivando mi respuesta con evasivas corteses. La verdad es que ni yo me sentía político, ni estaba preparado para el arduo oficio de ministro, ni acertaba a descubrir en mí, al hacer examen de conciencia, las dotes en nuestro país indispensables para desempeñar dignamente una cartera.
El año siguiente, en una conferencia celebrada en su casa, Moret vuelve a la carga, Cajal vuelve a excusarse,
pero la elocuencia de don Segismundo era terrible. Con frase inflamada en sincero patriotismo, expuso las grandes reformas de que estaba necesitada la enseñanza, encareciendo el honor reservado al ministro que las convirtiera en leyes; añadió que también los hombres de ciencia se deben a la política de su país, en aras del cual es fuerza sacrificar la paz del hogar, cuanto más las satisfacciones egoístas del laboratorio; y citóme, en fin, para acabar de seducirme, el ejemplo de M. Berthelot [Marcellin Berthelot, químico, historiador y ministro francés] y de otros grandes sabios, que no desdeñaron, para elevar el nivel cultural de su nación, la cartera de Instrucción Pública.
A Ramón y Cajal le atrajo inicialmente la idea, «sus cálidas exhortaciones hicieron mella en mi flaca voluntad» pues le permitiría iniciar una serie de medidas como las que él defendía y que planteó a Moret, una apuesta por la formación y la investigación para mejorar el nivel medio del país, un refuerzo a la calidad de las universidades, contratación de profesores visitantes de buen nivel investigador, creación de grandes colegios adscritos a las universidades, la fundación de un centro de alta investigación siguiendo el modelo del Colegio de Francia… En general era un proyecto regeneracionista que buscaba establecer la educación y la investigación como la base fundamental para el progreso del país. Cajal esperaba que Moret se asustara ante un proyecto tan ambicioso y que requería cuantiosas inversiones pero le contestó «estamos perfectamente de acuerdo. En cuanto se plantee la próxima crisis, usted será mi ministro de Instrucción Pública». Cajal, tras pensarlo seriamente y temeroso de que los envidiosos de la universidad y los políticos profesionales le considerasen un ambicioso y un advenedizo, decidió declinar la oferta no porque las posibilidades no le atrajeran o no tuviera claro qué camino debería seguir sino fundamentalmente porque la inestabilidad política del gobierno de Moret hacía muy probable que su gabinete no se sostuviera mucho tiempo.
Tiene otro modo de servir, y hasta de servirla políticamente a su patria. Una de las cosas más perniciosas de nuestro ambiente público es la tendencia a impulsar hacia la política a cualquier espíritu que se señale y se distinga en un campo cualquiera de la cultura humana.
En 1900 Cajal asumió un cargo de responsabilidad pública, un puesto político pero con bastante componente técnico, el nombramiento como director del Instituto Nacional de Higiene de Alfonso XIII. Cajal aceptó la designación por patriotismo de «un cargo que me imponía graves responsabilidades, y celo y actividad perseverantes» y en 1920 cuando «fatigado y enfermo, advertí con satisfacción que la obra común tenía raigambre en la opinión pública y había alcanzado vigor y estabilidad, dimití, entregando a un sucesor joven, competente y capaz y a unas manos fuertes y expertas la dirección del instituto … que es máxima discreta, según decía Gracián, "tener buen dejo", es decir abandonar los cargos antes de que los cargos nos abandonen».Al año siguiente de rechazar la cartera ministerial, Cajal recibió otra propuesta y a ésta dijo que sí. En 1907 se crea la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas y se oferta a Cajal su presidencia. Cajal, convencido de que puede ser una herramienta útil para llevar a cabo un cambio positivo en la educación, la ciencia y la cultura de España, impulsando a los mejores jóvenes de las nuevas promociones universitarias, acepta. De hecho, la JAE se convirtió en el principal organismo público de apoyo a la investigación y de reforma educativa. Sus principales herramientas era la concesión de ayudas individuales o en grupo para estudiar en los mejores centros de investigación del extranjero—las famosas pensiones—, la designación de las delegaciones que asistían en representación de España a los congresos internacionales, las «cajas de investigaciones científicas», una línea de publicaciones, el establecimiento de lazos y proyectos culturales y científicos con otros países, la concesión de certificados de suficiencia (unas habilitaciones que permitían obtener plazas en universidades e institutos) y la creación de centros de investigación y educativos. En la JAE contó con la inestimable colaboración de José Castillejo, secretario de la institución y valorado como la eminencia gris de la institución. Castillejo era un austero profesor de Derecho Romano que en su devoción por la universidad alemana imitaba a sus profesores yendo cada día a clase en bicicleta y su política era «no queda otro recurso que formar gente nueva y unirla a los elementos aprovechables de la antigua, pero esa gente nueva no lo será de veras como no respire por mucho tiempo el ambiente de la universidad extranjera». La JAE estaba inspirada por el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, aunque Cajal decía de sus seguidores que hablaban mucho y escribían poco. La JAE se convirtió en un modelo anglosajón de universidad investigadora —aunque pública en el caso español— sin apenas conexión con las universidades restantes (aunque la práctica totalidad de sus cargos directivos eran catedráticos de la Universidad de Madrid), con una autonomía completa en su gestión y un alto nivel científico. Por otro lado, los nuevos centros se crearon todos en Madrid -salvo los vinculados al mar y al verano que se establecieron en Santander- y siempre tras determinar antes quién sería su director. En la inmediata posguerra (1940) De Gregorio Rocasolano acusaba a la JAE de acaparar y estropear la investigación científica y criticaba sus procedimientos: «El residenciar en Madrid tales objetivos trajo como consecuencia un caciquismo efectivo en cada rama del saber, personalizado en un capitoste de la Institución».
Mi criterio es que no debe aumentarse la subvención de ningún laboratorio que no se comprometa a publicar como el nuestro un tomo anual de investigaciones (en francés o alemán), de costo de 12 a 14.000 pesetas. Todo lo demás me parece despilfarro, y es ocasionado a desacreditar a los investigadores españoles que no deben buscar en los laboratorios prebendas sino los medios materiales estrictamente necesarios para sus pesquisas y para poder vivir. Proceder de otro modo es fomentar un nuevo parasitismo del cual desgraciadamente tenemos demasiados ejemplos: el parasitismo de laboratorio.
La dictadura de Primo de Rivera decidió cerrar la JAE. Probablemente era considerado un órgano que iba por libre, del que minusvaloraban su beneficioso impacto y, sobre todo, que no parecía ser afín políticamente al general. Cajal fue además senador, primero en representación de la Universidad Central (1908-1909, 1909-1910) y luego como senador vitalicio (1910, 1911, 1914, 1915, 1916, 1917, 1918, 1919-1920, 1921-1922, 1922, 1923). Aceptó el nombramiento por ser un cargo no remunerado y con la condición de mantener su independencia y no tener que adherirse a ningún partido. Él se sentía liberal y votaba siempre a favor de Canalejas de quien admiraba sus ideales democráticos, su sólida formación, su oratoria, su profunda cultura y su capacidad de trabajo. En la última etapa de su vida abandonó todos los cargos menos el senado y la JAE. En su última obra, El mundo visto a los ochenta años, publicado póstumamente, Cajal escribe: «…en cuanto a mí, simple aficionado a los estudios científicos, hace tiempo que me inhibí de toda servidumbre política». De la JAE no se jubiló y seguía siendo su presidente el día de su muerte el 17 de octubre de 1934. Así se libró de ver el final de esta crucial institución en la historia de la ciencia española. El franquismo utilizó la figura de Cajal, a pesar de ser republicano y progresista, para intentar paliar su aislamiento internacional, la pésima imagen por el exilio o asesinato de profesores e intelectuales de izquierdas y su paupérrimo nivel investigador. Siguiendo a Martínez del Campo resulta paradójico que un régimen ultracatólico y que abominaba de la política parlamentaria como el franquista «resaltara a una persona que fue agnóstica y que ejerció como senador durante varios años. No obstante, el patriotismo del cuál hizo gala durante su vida fue suficiente para ocultar cualquier otro tipo de consideraciones. Además, los 'intelectuales orgánicos' no dudaron en manipular su biografía, que pasó a encarnar a la perfección todos los valores de la 'Nueva España'». Basándose en sus críticas contra los nacionalismos catalán y vasco, algunos propagandistas del régimen manifestaron que de haber estado vivo en 1936, Cajal habría apoyado la insurrección franquista. García Durán llegó a afirmar que «la juventud española recogió su grito, y 'manu militari' hizo lo mismo que Cajal habría hecho de tener veinticinco años». Una idea, que él apoyase una contienda civil, que a Cajal -pienso-le habría horrorizado. Para leer más
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