UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. | |
Posted: 11 Aug 2014 10:41 AM PDT
Achúcarro fue un gran científico y mejor persona, y tuvo una prometedora carrera malograda por su temprana muerte a los 37 años. Nació el 14 de junio de 1880 en la calle Bidebarrieta, en el Casco Viejo de Bilbao, hijo de Aniceto Achúcarro Mocoroa, médico oftalmólogo del hospital de Achuri y de Juana Lund de Ugarte, un matrimonio con buen nivel cultural y una desahogada situación económica. Su nombre completo fue Nicolás Hilario Juan Severino Basilio Achúcarro Lund. A los diez años, ingresó en el Instituto de Bilbao donde Unamuno daba clases de latín. Terminó la formación secundaria en 1895 consiguiendo sobresaliente tanto en el bachillerato de ciencias como en el de letras, una señal de su profunda formación que completará con música, literatura, arte e idiomas, y que combinará los aspectos humanistas y científicos, obteniendo el título de Bachiller (26 de junio de 1895) firmado por el rector de la Universidad de Valladolid, a cuyo distrito universitario pertenecía Vizcaya, en 7 de mayo de 1897. Ese año 1895 Achúcarro marchó a Alemania por primera vez donde se matriculó en el Gymnasium de Wiesbaden, aprendió bien el alemán, que sería clave en su futuro, y complementó su formación. Conocemos bien esa época, donde se aloja en casa del director de la orquesta de Wiesbaden, por las cartas que envía a su madre. Son dieciséis meses de soledad y estudio intenso solo interrumpido por alguna actividad deportiva (piscina de la casa de baños, patinaje en algún lago helado) o cultural (conciertos y ópera). El ambiente de España en ese final de siglo con la pérdida de las colonias y el desastre de la guerra hispanonorteamericana es de un profundo pesimismo y las revistas alemanas de morfología y fisiología que lee en la biblioteca de la facultad le hacen juzgar aún más duramente el bajo nivel científico de la universidad española. Achúcarro, aún estudiante de Medicina, frecuenta desde 1902 el servicio de Juan de Madinaveitia en el Hospital General de Madrid. A través de éste, conoce a Luis Simarro, médico socialista, Soberano Gran Comendador primero y Gran Maestre del Grande Oriente Español después (¡hay que ver la sonoridad de los títulos de la masonería!) y de excelente nivel intelectual, y se convierte en uno de sus discípulos. Lafora cuenta su impresión de su compañero en aquel laboratorio:
…destacaba ya precozmente Achúcarro por sus vastos conocimientos, su ingenio y simpatía personal, condiciones que le granjeaban pronto la consideración y la amistad de todos los que le trataban. Su facilidad para los idiomas, su cultura artística, sus amplias lecturas y su trato sencillo, pero siempre chispeante de ingenio e ironía, hizo que muy pronto los más jóvenes estudiantes le considerásemos como un modelo a imitar y un maestro.
Don Luis va a hacer converger en el alumno aventajado los caminos independientes que la neurología y la neurohistología han seguido hasta entonces. Cajal ha abandonado la clínica por el laboratorio; Simarro progresivamente va abandonando el laboratorio por la clínica. En Madrid se relaciona también con José Ortega y Gassett, Gregorio Marañón y con un joven poeta llamado Juan Ramón Jiménez. La relación con Simarro es tan intensa que cuando su mujer fallece, Don Luis invita a Nicolás y a Juan Ramón a que se queden con él en su casa, enorme y vacía. Juan Ramón ha dejado una estampa lírica de su compañero de estancia:
«La Aurora» le puse yo cuando lo conocí (1902, laboratorio de Juan Madinaveitia y Luis Simarro, calle General Oráa, cerros entonces, chopos solitarios y sierra libre). Donde él entraba [Achúcarro] parecía que entraba el primer sol…
Termina la carrera en 1904 con 24 años y una buena situación económica, hablando idiomas, una sólida formación y ansia de conocimientos así que decide hacer estancias en algunos de los mejores laboratorios europeos. En 1904 y 1905 se forma con Pierre Marie en el hospital de la Salpêtrière y con Joseph Babinsky en el hospital de la Pitié, ambos importantes continuadores de la obra de Charcot. En 1908 el gobierno norteamericano invita a Alzheimer a hacerse cargo del departamento de Anatomía patológica del Government Hospital for Insane (Manicomio Federal) de Washington. En aquel tiempo publicó El estado actual de la histopatología en el estudio de las enfermedades mentales y abrió el campo de investigación de la glía: «Los tejidos intersticiales en general no se consideran ya sólo como el soporte mecánico de los órganos que contribuyen a formar. Sus funciones se extienden mucho más allá de estos límites en la esfera del metabolismo de todo el órgano. También la neuroglia en el tejido nervioso no es ya simplemente considerada como un tejido de sostén, sino como un elemento que juega un gran papel en las funciones nutritivas y metabólicas del órgano, tanto en el estado normal como en los procesos patológicos.» También ve la capacidad plástica de la microglía «En el desenvolvimiento de estas funciones bajo circunstancias patológicas los elementos neuróglicos desarrollan una notable plasticidad por la adaptación de su propia forma a los elementos nerviosos que se están destruyendo». Según López Piñero «movido por las razones habituales en esas situaciones, regresó a España en mayo de 1910». Las razones habituales parecen ser que estaba enamorado de su prima, Lola Artajo, y ésta se había quedado en Madrid. La familia se oponía a la boda por ser primos carnales, por ser ella mayor que él y porque estaba enferma con un reumatismo deformante que progresivamente la llevó a la invalidez. Antes de volver, Achúcarro ofreció a Lafora, amigo desde los tiempos de Simarro, que le sustituyese como anatomopatólogo en Washington y Lafora, a pesar de no dominar el inglés-algo que también le pasó a Achúcarro-, aceptó de inmediato la propuesta.
El poco éxito de las cosas oficiales del laboratorio y del hospital me tiene algo disgustado, y casi estoy pensando en dejar lo del laboratorio de Cajal [lo que hizo finalmente] que me quita tiempo y de lo que no voy a sacar nada. Me parece que me voy a dedicar por entero a las cosas de la clínica y si alguna vez gano lo suficiente, entonces volveré a las cosas de experimentación; una ilusión que naturalmente me cuesta abandonar para siempre… Ahora, aunque pocos, tengo algunos enfermos y no se pueden perder, pues seguramente es lo único que yo puedo esperar. De las cosas oficiales no podré sacar nada…
Progresivamente en 1911 su situación económica se va estabilizando y puede contraer matrimonio con su prima con la que tiene pronto un hijo. Ganó por oposición la plaza de médico del Hospital Provincial de Madrid y desde 1912 dirigió el Laboratorio de Histopatología del Sistema Nervioso, fundado por la Junta de Ampliación de Estudios con el fin de mejorar la formación de los médicos que salían al extranjero y que posteriormente se integraría como una sección en el Instituto de Investigaciones Biológicas.Fernando de Castro, otro de los discípulos de Cajal, distingue cuatro apartados principales en la obra de Achúcarro: el problema de las Stäbchenzellen o «células en bastoncito», el método del tanino y la plata amoniacal, las investigaciones sobre la neuroglía y el estudio de las alteraciones del ganglio cervical superior simpático en algunas psicosis. Tuvo a pesar de su juventud cierto renombre internacional. En 1912 fue invitado junto a Jung y otros psiquiatras americanos a dar una serie de cursos sobre enfermedades mentales en la Universidad de Forham (Nueva York), siendo nombrado Doctor honoris causa por la Universidad de Yale. Muchos piensan que Achúcarro habría sido el mejor continuador de la escuela de Ramón y Cajal. Hablaba idiomas, tenía contactos internacionales, combinaba la buena labor científica con la clínica, había publicado trabajos de nivel en varios idiomas, tenía un buen talante y era apreciado por los que le conocían… Incluso el propio Tello, uno de los principales discípulos de Cajal y el que en la práctica recogió su antorcha, parecía opinar algo así.
Al llegar ante vosotros como discípulo, el más humilde, de la pujante escuela de Cajal, perdonadme si contristo un instante vuestro sereno espíritu con el recuerdo del compañero más brillante, del fraternal amigo, del que hubiera sido el más digno sucesor del gran maestro: de Nicolás Achúcarro. En plena juventud descubridor de hechos interesantísimos en la histopatología de los centros nerviosos e inventor de recursos técnicos valiosísimos, cuando en pleno triunfo todo le sonreía y la ciencia española veía en él una de sus más alentadoras esperanzas, nos fue arrebatado por la fatalidad.
Entre los discípulos de Achúcarro hay que contar, sobre todo por el calado de su obra, a Pío del Río Hortega y también a Felipe Jiménez de Asúa, José Miguel Sacristán y Luis Calandre. Pío del Rio Hortega se presentó ante Achúcarro con una carta de presentación de su maestro en Valladolid, Leopoldo López García aunque éste le había prevenido de que era «un poco especial» y «engreído». Achúcarro, en contra de lo esperado, le atendió estupendamente y le ofreció un puesto donde trabajar «en un ambiente simpático y de camaradería». En 1915 Achúcarro empieza a encontrarse cada vez más enfermo y tiene que abandonar parte de su actividad profesional. Buscando recuperar la salud ingresa junto a su mujer en el Asilo del Pardo. En julio de 1917, con síntomas cada vez más incapacitantes marcha a Neguri. Si bien creía que al principio que tenía una tuberculosis como la que sufrió su hermano, los síntomas no encajan: una inyección intravenosa de Salvarsán le deja parapléjico, tiene intensos picores y le salen úlceras por decúbito. Será él mismo, quien leyendo un texto de patología médica, se autodiagnosticó la enfermedad de Hodgkin, una leucemia linfocítica, al reconocer la descripción de sus propios síntomas. La última parte de su enfermedad fue durísima y falleció el 23 de abril de 1918 a los 37 años. Tras su fallecimiento, Juan Ramón le dedica el libro La flauta y el ciprés, que llevaría el subtítulo de Arcoíris in memoriam Nicolás Achúcarro y donde, tras abrir con un poema de Jiménez, Achúcarro, mi amigo, murió hace días, después de un año de terrible enfermedad. Es una pérdida inmensa, porque era uno de los primeros hombres de ciencia de España. No tenía más que treinta y siete años. Yo, estos días, estoy visitando todos sus amigos y compañeros, que significan algo, para hacer luego un libro.. Yo le quería mucho, y es un trabajo gustoso, que me creo en el deber de hacer por tan gran amigo… Con este motivo, ayer salí por la mañana y no volví hasta las nueve de la noche. Visité a Simarro, Madinaveitia, Sandoval, Marañón, Ortega y Gaset, Menéndez Pidal y Cossío. El lunes veré a otros cuantos hasta completar la lista… La dejo a usted, porque quiero aprovechar la tarde, mientras espero unas visitas, que han de venir luego. Cajal, que tuvo siempre un gran aprecio personal por Achúcarro le dedicó una sentida necrología:
Como todos los caídos prematuramente, no pudo dejar la medida de lo que valía: su haber potencial superaba con mucho al actual. Es triste pensar que nos ha sido arrebatado antes de llegar al cénit de su producción científica… Lo único que puede consolarnos de su prematura desaparición es que, para honra de la patria y esperanza de la renaciente ciencia española, nos dejó hijos espirituales capaces de proseguir su obra y de rendirle perenne justicia».
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