UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 15 Jun 2015 10:49 PM PDT
Querido hijo
Siempre te han gustado los perros así que en esta historia los protagonistas son unos perros peludos y fuertes y a tu padre le gusta la ciencia así que hay también una poco de ciencia para que los dos estemos contentos. Tuvo lugar en una pequeña ciudad situada en un lugar hermoso y desolado, la costa noroeste de Alaska, cerca del estrecho de Bering. El pueblo se llamaba y se llama Nome y está situado solo cuatro grados por debajo del Círculo Polar Ártico, esa zona donde en invierno apenas hay luz, y el hielo y la nieve cubren caminos y montañas, ríos y desfiladeros, rasgados por alguno de los peores vientos del planeta. Nome tuvo su esplendor cuando se encontró oro en el Yukón, tal como contaba Jack London, pero esos tiempos habían pasado aunque aún quedaban en 1925, que es cuando sucede esta historia, unos 455 habitantes Dene, los indígenas de Alaska, y otros 975 de origen europeo. Desde noviembre a julio, el puerto más cercano estaba bloqueado por el hielo, los días se hacían muy cortos y la única comunicación con el resto del mundo era el camino de Iditarod, una pista de 1.500 kilómetros de longitud. Una cosa tan sencilla como una carta llegaba por barco a Alaska, se transportaba durante 680 km por tren hasta Nenana y desde allí hasta Nome en trineos tirados por perros, en un sistema de postas, un viaje que duraba normalmente 25 días. En Nome había un pequeño hospital de 25 camas, con un médico que se llamaba Curtis Welch y cuatro enfermeras. Una de las enfermeras tenía una hija de 9 años que se llamaba Anna. Poco después de que el último barco del año, el Alameda, partiera, un niño esquimal de dos años llegó al hospital. Welch pensó que tenía anginas pues tenía la garganta irritada y fiebre. El niño murió a la mañana siguiente. Pocos días después empezaron a aparecer más casos similares y otro niño moría también. Eso no era normal pero la madre del segundo niño se negó a que le hicieran una autopsia. Poco después murieron dos niños esquimales más, vivían en estrecho contacto con la naturaleza, con la misma alimentación que llevaban consumiendo durante siglos, sin ninguna contaminación pero no les valió de nada. El día 20 de enero por fin se dieron cuenta, no era anginas sino difteria. Las típicas placas grises en la garganta se vieron con claridad en un niño de tres años que se llamaba Bill Barnett pero la antitoxina diftérica que tenían estaba caducada, hacía tiempo que no veían a nadie con difteria, y Welch no se atrevió a dársela. Bill murió al día siguiente. El día 21 de enero una niña de siete años llamada Bessi Stanley fue diagnosticada también. Se le dio la antitoxina pero murió esa misma tarde. Welch se fue a ver al alcalde, George Maynard, y le dijo que se enfrentaban a una verdadera epidemia y que hacían falta al menos un millón de unidades de antitoxina diftérica, un medicamento que era lo único que podía hacer algo. Desde la alcaldía mandaron un telegrama a todas las principales ciudades de Alaska pidiendo ayuda. Al mismo tiempo la situación empeoraba, 20 niños más fueron diagnosticados con difteria -entre ellos Anna, la hija de la enfermera-y 50 más estaban en grave riesgo. Dos niños más murieron el día 24. La población en riesgo alrededor de Nome estaba en torno a 10.000 personas y sin la antitoxina que se conseguía extrayendo la sangre a un caballo inoculado, la mortandad era cerca del 100%. El clima en enero era terrible y ningún avión podía volar en esas circunstancias. Decidieron que un trineo saldría de Nenana tras recibir el suero enviado en tren y otro de Nome y se encontrarían a mitad de camino en un pueblo llamado Nulato. El viaje en trineo de Nulato a Nome duraba normalmente 30 días pero el récord en condiciones favorables estaba en 9. Welch calculaba que el suero solo duraría seis días bajo las brutales condiciones del viaje. El noruego Leonhard Seppala, un conductor de trineos famoso por haber ganado varias carreras fue encargado de hacer la parte más difícil del viaje. Su perro guía, el que encabezaba el tiro de perros, se llamaba Togo, tenía ya 12 años y era famoso por su liderazgo, su inteligencia y su habilidad para detectar los peligros. El Servicio Público de Salud localizó 1,1 millones de unidades de suero en los hospitales de la costa oeste pero había que llevarlo a Seattle, de allí a Alaska y luego todo el camino hasta Nome. Afortunadamente, en el Hospital Ferroviario de Anchorage encontraron 300.000 unidades que podían permitir aguantar hasta que llegara el envío principal. El tiempo era terrible, la temperatura medida en la estación de Fairbanks era de -46 °C y un frente frío con vientos de 40 km/h levantaba paredes de nieve de 3 metros de altura. El Servicio de Correos ordenó que los mejores conductores y los mejores perros organizaran un sistema de relevos, viajando de día y de noche para llevar el paquete con el suero a Seppala, el conductor que iría de Nome a Nulato. La ruta suponía atravesar bosques, montañas, ríos, campos abiertos sin protección de galernas o ventiscas e incluso una parte helada del mar de Bering. Los carteros eran queridos en Alaska, como deberían serlo en todas partes, y eran los mejores conductores de perros del territorio. El primero fue Bill el Salvaje Shannon que cogió el paquete de 9 kilos con el suero en la estación de ferrocarril y se lanzó en medio de la oscuridad pues partió inmediatamente, a las 9 de la noche. Hay que imaginar lo que es correr en un trineo a oscuras por una zona accidentada y en medio de unas condiciones inhumanas. La temperatura no paraba de descender y Bill se encontró el camino destruido así que se lanzó por el lecho helado de un río a pesar de que aún era más frío. Corría al lado del trineo para intentar entrar en calor pero cuando llegó a Minto a las tres de la mañana tenía partes de la cara negras porque se le habían congelado. Calentó el suero en una hoguera, durmió cuatro horas, dejó tres perros que estaban agotados y se puso de nuevo en camino con los seis restantes. Esos tres perros murieron poco después, tal había sido el ritmo con el que habían avanzado. Shannon llegó en muy mal estado a la siguiente posta a las 11 de la mañana, calentaron el suero y Kalland, el siguiente correo, se lanzó a los bosques. La temperatura había caído a -49 ºC y según el dueño de la siguiente casa de postas, tuvo que echar agua caliente sobre las manos de Kalland para conseguir separarlas de la barra de guía del trineo. Mientras tanto, todo el país seguía las noticias, una ola polar se extendió por el norte de América, el río Hudson se congeló, la gente rezaba por los niños de Alaska que seguían muriendo. Amundsen, el legendario explorador del Ártico se ofreció para lo que le pidieran, había quien seguía reclamando que despegara algún avión pero sin tener un plan factible. En alguno de los relevos, donde los perros eran mestizos, cayeron congelados y alguno de los carteros tuvo que ponerse a tirar del trineo con los perros. Varios de los conductores eran Dene, nativos de Alaska. Mientras tanto en Nome había aumentado el número de niños hospitalizados y los restos de la antitoxina caducada se habían acabado. Según un periodista que vivía allí «la única esperanza que nos quedan son los perros y sus heroicos conductores… Nome parece una ciudad fantasma». Mientras, Seppala y su trineo, con Togo a la cabeza, avanzaban 146 km en medio de una tormenta. La temperatura era relativamente templada, de «solo» -30 º. Togo corrió más de 500 kilómetros en aquella carrera contra la muerte. Nunca pudo volver a correr. Cundo llevaban ya recorrida esa distancia, Seppala creía que le faltaban más de 160 km e iba todo lo rápido que podía porque la tormenta se estaba cerrando sobre su cabeza. Iba tan rápido que pasó de largo al primero de los carteros que venían en dirección contraria quien le empezó a gritar «¡El suero! ¡El suero! ¡Lo tengo aquí!» Con las noticias de que la epidemia estaba empeorando, Seppala decidió lanzarse por el camino más peligroso pero más directo. Corrieron por el hielo abierto del estrecho de Norton con una galerna que hizo descender la temperatura a -65º. Llegaron a la posta del otro lado del mar a la 8 de la tarde. Desde la orilla subieron al paso de la montaña Little MacKinley a 1.500 metros de altitud. Tras descender hasta la siguiente posta, Seppala, más cansado de lo que creía posible, paso el suero a Charlie Olsen. El número de personas en estado grave era ya de 28 y llevaban suero para 30. El viento sacaba a Olsen del camino y le hizo unas congelaciones graves en las manos cuando intentó colocar unas mantas a sus perros. Llegó a Bluff, la siguiente escala, destrozado. El siguiente relevo, Gunnar Kaasen, esperó hasta las 10 de la noche por si la tormenta amainaba pero la nieve caía sin parar y atascaría el camino así que partió en medio de la noche. El perro guía se llamaba Balto y la visibilidad era tan escasa que Kaasen no podía ni siquiera ver a los perros que tenía más cerca pero Balto avanzaba sin dudar tirando de sus compañeros. El viento, que llegó a superar los 130 km/h volcaba el trineo y en una ocasión temió haber perdido el cilindro con el suero que cayó en la nieve. Sufrió congelaciones en los dedos cuando se quitó los guantes para intentar sentir el cilindro de metal enterrado en la nieve. Cuando llegaron a la siguiente posta había ido tan rápido que su relevo estaba todavía durmiendo y tardarían en preparar los perros, así que como Balto y los demás perros tenían fuerzas decidieron seguir hasta el final, hasta Nome. Cuando llegaron exhaustos ni una sola ampolla se había roto y prepararon la antitoxina inmediatamente. Los niños, incluida Anna, se salvaron. Los perros y sus conductores recorrieron 1.085 kilómetros en 127 horas y media, se consideró un récord increíble, más aún cuando se había hecho a temperaturas extremadamente bajas, con vientos helados con la fuerza de un huracán. En 1975 se hizo una reconstrucción de la carrera y los deportistas que lo hicieron, en plena forma y con equipos modernos, tardaron más del doble que el grupo original, pero es que ellos no eran Seppala ni Billy el Salvaje, y no llevaban ni a togo ni al famoso Balto. Aunque la antitoxina era eficaz y los niños empezaron a recuperarse, se hizo el segundo envío que realizaron en muchos casos los mismos conductores. Balto se hizo famoso y tiene una estatua en Central Park en Nueva York. Aún así, muchos de los méritos fueron de Togo, que fue el que guió en la parte más difícil y peligrosa. Balto y los demás perros participaron en espectáculos hasta que alguien descubrió que les maltrataban y vivían en unas condiciones deplorables. Los niños de Cleveland, Ohio, hicieron una colecta para liberarlos y los huskis siberianos vivieron felices hasta el final de sus días en el zoo de Cleveland. Hay algunos mensajes sencillos:
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