El otro día mientras leía el artículo de
Ross Cooper titulado "
Can Textbooks Save Our Worst Teachers?" no pude evitar hacerme a mí mismo la pregunta. Sí, creo que deberíamos preguntarnos qué pasaría con algunos docentes si, de un día para otro, la administración decidiera suprimir el uso de libros de texto en el aula. ¿Qué pasaría con aquella minoría que sigue el libro de texto a rajatabla? ¿Qué pasaría con aquellos que tienen un solucionario para todos los problemas que pueden presentárseles a la hora de resolver un determinado problema que aparece en su vademécum educativo? En definitiva, ¿qué pasaría en nuestras aulas y cómo se percibiría esa prohibición por parte de mis compañeros, alumnos y familias?
Fuente: Twitter
Estoy convencido que la mayoría de docentes son capaces de dar clases sin usar libros de texto. Más aún, pongo la mano en el fuego que, esa desaparición de ese mal llamado elemento pedagógico, traería a medio plazo resultados muy interesantes en referencia al aprendizaje de nuestros alumnos, menos rigidez metodológica y, una mayor posibilidad de hacer cosas diferentes. Uno puede comprar una tarta Royal en la que sólo hace falta seguir las instrucciones para que te salga un producto estandarizado de igual gusto o puede optar por, dentro de la iniciativa propia, hacer algo muy diferente que, al principio puede quedar incomible pero, seguro que, después de la práctica pertinente, sale algo que realmente espectacular (a nivel visual y de sabor).
Yo tengo muy claro que la prohibición de los libros de texto obligaría a algunos docentes a aprender a nadar sin salvavidas. A buscarse la vida porque, es muy cómodo seguir el material X donde, por desgracia, se establecen unas líneas de trabajo que cuestan mucho de vadear. Por cierto, seguro que nuestros peores docentes se buscan la vida en internet googleando o acudiendo a la Wikipedia. Es muy cómodo sustituir un libro de texto por un material realizado por terceros que no necesite adaptación. Lo incómodo es buscar cómo hacer las cosas diferentes y, ese mínimo porcentaje de pésimos docentes, lo tiene realmente complicado.
No me preocupa, como ya he dicho en más de una ocasión, que coexistan buenos y malos docentes en un centro educativo. Lo que sí que me gustaría es ponérselo un poco más complicado a esa minoría que, gracias al libro de texto, pueden sobrevivir en una profesión tan exigente como la nuestra. Yo respondo directamente a la pregunta que se nos plantea en el artículo con un rotundo SÍ. Los libros de texto, por desgracia, actúan como salvavida de nuestros peores docentes y permiten perpetuar las peores prácticas metodológicas.
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