UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 13 Mar 2014 09:46 AM PDT
En el siglo XVII, los Países Bajos lograron un fuerte desarrollo económico, sus flotas mercantes comerciaban por todo el mundo y el desarrollo de manufacturas de calidad y el fin de las guerras de religión con la corona española —dicen que todavía se asusta a los niños holandeses con que si no se duermen llegará el Duque de Alba como nosotros hacemos con el coco— llevó al país paz y prosperidad. Ese ambiente de economía pujante y libertad individual hizo, como sucede siempre, que florecieran la ciencia y las artes.
La figura más conocida de los neerlandeses que estudian el cuerpo humano en esa época es Antony van Leeuwenhoek (1631-1723), un comerciante de paños de Delft que asumió como hobby la construcción de microscopios y la observación con ellos de un mundo desconocido e invisible: el de los seres y estructuras diminutas. Su nombre real era Thonis Philipszoon pero sus cartas iban firmadas como Antoni van Leeuwenhoek ya que fue conocido desde joven con ese apodo o apellido debido a que nació en una casa en la esquina de uno de los accesos a Delft, la “Puerta del León” y Van Leeuwenhoek se traduce como “Desde la esquina del León”. La casa ya no existe. El primer encuentro de Leeuwenhoek con un cristal de aumento, una lupa, tuvo lugar a los 16 años. Entró como aprendiz en las oficinas de un mercader de tejidos escocés de quien fue posteriormente contable. Para valorar las telas, se usaba una lupa que permitía medir la densidad de fibras textiles y, por tanto, su calidad. De hecho, esas pequeñas lupas todavía hoy se llaman cuentahílos. A los 20 años volvió a Delft donde prosperó tanto económica como socialmente, formándose como agrimensor y topógrafo y siendo elegido para distintos cargos. Fue el albacea de Jan Vermeer y se piensa que Leeuwenhoek sirvió de modelo para los maravillosos cuadros “El geógrafo” y “El astrónomo” del artista, conciudadano de Delft, amigo y bautizado el mismo año de 1632. En 1668 Leeuwenhoek hizo un viaje, el único en su vida, a Londres donde probablemente vio la publicación de la “Micrographia” de Hooke. Esta obra tenía ilustraciones de urdimbres que sin duda llamaron la atención a este comerciante en telas y en ese libro se habla por primera de una nueva estructura diminuta, microscópica, la célula. A lo largo de su vida Leeuwenhoek realizó más de quinientos cincuenta microscopios simples —muchos de ellos con un espécimen fijado permanentemente— donde situaba una lente biconvexa pulida por él entre dos láminas de bronce y unos tornillos permitían enfocar la pieza. Nueve de esos microscopios han llegado a nuestros días, habiéndose vendido uno de ellos en 2009 en una subasta de Christies por 385.000 euros. Van Leeuwenhoek fue el primero que observó bacterias, siendo considerado el padre de la Microbiología, también puso las bases de la anatomía de las plantas, la reproducción de los animales y la estructura de los cristales y describió por primera vez células sanguíneas, nematodos microscópicos, el ojo compuesto de las libélulas, la estriación del músculo esquelético y los espermatozoides (no preguntemos cómo los consiguió). Aunque su microscopio era enormemente sencillo, Leeuwenhoek abrió las puertas al estudio de la anatomía microscópica del cuerpo humano. Afortunadamente empezó a comunicar sus observaciones a un grupo de ingleses que se reunían en Londres para realizar experimentos y comentar sus descubrimientos, la Royal Society, y esas cartas llenas de dibujos y observaciones se han conservado hasta la actualidad. En su primera carta, fechada en abril de 1673 donde incluía sus primeras observaciones: el aguijón y el aparato bucal de una abeja, un piojo humano y un hongo, explica que tiene mucho interés en saber si los nervios ópticos son huecos como habían escrito los sabios de la antigüedad clásica. Se pensaba que los nervios eran como tuberías por los que transitaban los espíritus que llevaban la información visual desde el ojo hasta las regiones superiores del cerebro. Leeuwenhoek lo miró en diversos animales pero no pudo ver la “oquedad” que Galeno había visto en “un día claro y soleado”, sino que
..concluí conmigo mismo, que si existiera una cavidad visible en ese nervio, también yo la habría visto, especialmente ya que, si así fuera, debería ser bastante grande, y su cuerpo bastante tieso o de otra manera, las partes que la rodeaban harían presión sobre ella. Y en orden a este descubrimiento, miré cuidadosamente tres nervios ópticos de vacas y no pude encontrar ninguna oquedad en ellos; solo pude notar que estaba hechos de muchas partículas filamentosas, de una sustancia muy blanda, como si solo consistieran de los corpúsculos del cerebro unidos juntos, los filamentos eran muy blandos y sueltos…”
Sus observaciones le llevaron a teorizar que los objetos visibles ponían a esos glóbulos blandos en el extremo proximal del nervio óptico en movimiento “al igual que el movimiento se transfiere al agua al tocar su superficie”. Es posible que el microscopista holandés fuera el primero que vio los conos y bastones de la retina pero si esos glóbulos de los que él hablaba eran células nerviosas, células de grasa, productos degenerativos o artefactos ópticos es algo que no hemos conseguido averiguar.Si Leeuwenhoek fue un avanzado de la Neurociencia microscópica, Herman Boerhaave (1668-1738) aportó mucho a la fisiología cerebral. Fue un médico, botánico y humanista que alcanzó una gran reputación, no tanto por sus descubrimientos, sino por la modernización que impulsó en distintos ámbitos científicos: fue el creador del concepto de hospital universitario, estableció la relación entre lesiones y síntomas y fue el primero que aisló la urea, siendo considerado uno los primeros bioquímicos merecedores de tal nombre, dejando atrás la alquimia. Su lema era Simplex sigillum veri, la sencillez es la señal de la verdad. Boerhaave nació en Voorhout, cerca de Leiden en cuya universidad estudió Filosofía Natural graduándose con una tesis titulada De distinctione mentis a corpore (La diferencia entre la mente y el cuerpo). Después decidió estudiar Medicina graduándose en 1693 en Harderwijk, en Gelderland. Samuel Johnson cuenta que Boerhaave gastó toda su fortuna en sus estudios por lo que tuvo que buscar un puesto remunerado que le permitiera subsistir. Inició su carrera académica como ayudante y fue posteriormente nombrado para distintas cátedras en su universidad de la que fue nombrado rector en 1714. Boerhaave mantenía la idea original de Aristóteles y Galeno de la existencia de una fuerza vital, así como la teoría de que el sistema nervioso funcionaba mediante espíritus animales o “jugos” que fluían a través de los nervios, las mismas estructuras que había estado estudiando Leeuwenhoek. Descartes decía que por esos nervios circulaban espíritus, Boerhaave, un líquido acuoso, Malpighi habló de un fluido como la albúmina del huevo y Leeuwenhoek dijo que el fluido se perdía y los axones se colapsaban cuando se cortaba un nervio. Con respecto al funcionamiento del sistema nervioso, cómo esos nervios mandaban la orden para mover un músculo, había distintas teorías. La primera eran los espíritus vitales que se movían por los nervios huecos como postulaba Descartes. La segunda, propugnada por Thomas Willis, pensaba que los fluidos nerviosos se mezclaban con la sangre y fermentaban, causando diminutas explosiones que producían la contracción muscular, mientras que una tercera teoría, defendida por Newton, era que los nervios transmitían información mediante vibraciones. La percepción de los colores se debería, según el sabio inglés, a que diferentes ondas de luz causaban modelos distintos de vibración en los nervios que van del ojo al cerebro, similar a los diferentes sonidos que producen las cuerdas de una guitarra. Los experimentos para intentar entender la transmisión neuromuscular incluyeron meter la pata de un animal en un recipiente con agua y cortar sus músculos, donde veían que no salían burbujas como se esperaría si fuese un proceso de fermentación; atar los nervios esperando que se hinchasen delante del nudo por la acumulación de fluidos o espíritus vitales, cosa que no sucedía; cortar un nervio y ver si se podían observar gotas del fluido nervioso, cosa que tampoco pasaba y, junto a todo ello, la pregunta del millón de explicar qué fluido, qué cosa, podía moverse tan rápido como para explicar las acciones de un nervio. Tendría que pasar un tiempo hasta que entendiésemos que esa transmisión nerviosa era un proceso eléctrico. Con respecto a las vibraciones el mayor problema es que los nervios parecían blandos y sin tensión y no se retiraban cuando se cortaban. Boerhaave calificó la teoría de las vibraciones como “otra idea repugnante”. A pesar de sus errores, estas observaciones fueron poniendo las bases de nuestro conocimiento de los nervios, el sistema nervioso periférico y la transmisión nerviosa. En un viaje a París, Boerhaave encontró un mendigo que usaba su calvarium –la parte superior del cráneo formada por parte de los huesos frontal parietal y occipital, lo que normalmente llamamos “la tapa de los sesos”— como bandeja para recoger limosnas. A cambio de una moneda, este hombre dejaba que le tocasen el cerebro, lo que ocasionalmente generaba sensaciones visuales:
Si le presionaban ligeramente la duramadre con un dedo, percibía como si hubiera mil chispas delante de sus ojos y si se presionaba con un poco más de fuerza, sus ojos perdían toda la visión; presionando con la mano todavía con más fuerza en la duramadre, caía en un profundo sueño, que mostraba todos los síntomas de una leve apoplejía, meramente por esta presión con la mano, que en cuanto se quitaba, él gradualmente se recobraba de los síntomas, lo primero que se desvanecían eran los síntomas apopléjicos, después la letargia y finalmente la ceguera, recobrando todos sus sentidos su perfección inicial.
Fue un caso singular pero debido a la influencia de Boerhaave abrió el estudio de las acciones directas sobre el cerebro, lesiones especialmente, y sus efectos fisiológicos. La buena fama de Boerhaave convirtió a la Universidad de Leiden en un núcleo de atracción para visitantes, estudiantes y académicos de distintos países. Las cortes europeas le mandaban discípulos para formarse con él y sabios reputados como Linneo o Voltaire viajaron para conocerle e intercambiar ideas con el científico holandés. Su fama incluso superó los límites de nuestro continente: un mandarín chino le envío una carta dirigida “Al ilustre Boerhaave, médico en Europa”, misiva que llegó a su destino.El tercer anatomista holandés es Frederick Ruysch (1638-1731), botánico y médico nacido en La Haya y considerado como “probablemente el preparador más hábil y conocedor de la historia de la anatomía”. Fue el primero en describir válvulas en los vasos linfáticos, identificó el órgano vomeronasal de las serpientes —usado para la detección olfatoria de feromonas— y la arteria central del ojo. Ruysch tenía una colección impresionante de preparaciones anatómicas, construidas a lo largo de más de 70 años partir de cuerpos muy diversos, desde bebés encontrados ahogados en el puerto a cadáveres de criminales ejecutados. Inyectaba soluciones conservantes y los ponía, con un cuidado que podemos denominar artístico, en vitrinas y frascos con los especímenes conservados en alcohol. Ruysch era un trabajador excelente y casi compulsivo. En 1722, a los 84 años, escribió a Boerhaave “Nunca amanece demasiado temprano para mí y la caída del sol siempre sucede antes de lo que desearía”. Un recuerdo de aquellos tiempos cuando el trabajo estaba mediatizado por la ausencia de luz eléctrica. Pedro el Grande (1672-1725), zar de todas las Rusias, es uno de los monarcas que realmente merecieron ese epíteto. Con sus más de dos metros de altura Pedro sobresalía entre sus contemporáneos. Además, fue una auténtica fuerza de la naturaleza: sus guerras sin fin, sus apetitos desaforados, su crueldad aterradora, su impulso hercúleo para modernizar y hacer eficiente su país, su irrefrenable deseo de aprender marcó su siglo y su país para siempre. Fue implacable: mandó torturar a su hijo y heredero que murió de las heridas sufridas, a los siervos que se rebelaban les ejecutaba a latigazos y a los cobradores de impuestos que robaban los mandaba desmembrar en la rueda. A su esposa le entregó la cabeza de su amante a lo que ella respondió con indiferencia y la cabeza encontró su destino en el Gabinete de Curiosidades del que luego hablaré. Se encontró con un país feudal, medieval en muchos aspectos y optó por una modernización de arriba abajo, impuesta, algo que ha sido una constante en la historia rusa hasta nuestros días. Pedro abrió su país hacia Europa, hizo que la gente cambiase su aspecto ordenando a los cortesanos, funcionarios y militares que se afeitaran las barbas y usaran ropas occidentales y poniendo impuestos a los demás para inducir los mismos cambios. Cuando vio claro que para enfrentarse a Suecia en el norte y a Turquía en el sur necesitaba una flota, aprendió a diseñar barcos y después carpintería, forja y finalmente construcción naval. El zar presumía de dominar quince empleos demostrando su habilidad como albañil, impresor, tornero, cantero o dentista. Se conservan los dientes que extrajo a miembros de su corte y a algunos paseantes despistados. Cuando Pedro I vio que necesitaba incorporar a su país las tecnologías de Europa occidental puso en marcha la “Gran Embajada” en 1697-1698, y viajó con más de 150 personas para aprender los avances occidentales visitando los Países Bajos e Inglaterra. El propio Pedro trabajó en los astilleros holandeses para entender y dominar las técnicas necesarias para construir sus barcos. Allí se vestía con ropas viejas y dormía en casas humildes pero su altura le traicionaba y la gente iba a verle admirada de tener a un soberano tan cerca y verle hacer con pericia una actividad manual. Entre medias de los trabajos navales, Pedro el Grande sacó tiempo para visitar y recibir clases de Boerhaave, con quien discutió de anatomía y de fisiología. El lema de Pedro era “Soy de esos que son enseñados y busco a esos que me enseñarán”, un mensaje sorprendentemente humilde en un hombre en todo desmesurado. Cuando visitó a Leeuwenhoek, el microscopista no fue muy amistoso y según la crónica conservada de Hartsoeker, tuvo especial cuidado en no darle ninguna información sobre sus técnicas aunque parece que le regaló uno de sus microscopios. Con Ruysch, observó admirado la colección de preparaciones anatómicas, de cuerpos y órganos conservados en alcohol y también estuvo aprendiendo sobre la estructura del cuerpo humano y cómo preservarlo más allá de la muerte. Uno de los niños embalsamados era tan impactante y parecía tan natural, que el zar se agachó y besó la cara del bebé. En 1717, Pedro volvió a Holanda y buscó a Ruysch de nuevo. Le recibió con las palabras “eres todavía mi mismo viejo profesor” y le compró 2.000 preparaciones anatómicas, el trabajo de toda su vida, por la fortuna de 30.000 guilders con la que reforzó su Kunstkammer, una sugerencia del propio Leibniz con quien el zar se carteaba. Boerhaave se encargaría del traslado de la colección de Ruysch a la ciudad en construcción bautizada en honor de su creador como San Petersburgo. La Kunstkamer era un gabinete de curiosidades donde Pedro I colocaría desde los lingotes de hierro que él había fabricado, hasta el cuerno de un unicornio marino (un diente de narval), pasando por un cordero con dos cabezas o un hermafrodita vivo, al que pagaba 20 rublos al año o el famoso Foma, que solo tenía dos dedos en cada mano y pie y que se paseaba por la cámara saludando a la gente y que fue disecado tras su muerte. Al contrario que otros monarcas, Pedro abrió la exposición al público “Quiero que la gente la vea y aprenda de ella” y ordenó que los visitantes fueran atendidos con café, vino o vodka, lo que podríamos llamar una política activa y atractiva —aunque no muy saludable— de captación de públicos. Poco antes de su muerte Pedro I el Grande consiguió uno de sus objetivos, la creación de una Academia de Ciencias similar a la de los países occidentales, todavía la institución científica de excelencia en Rusia. Cuando sus consejeros objetaron a su plan de añadir a la academia una universidad, indicando que “no hay nadie para aprender” puesto que Rusia no tenía escuelas de secundaria, Pedro intuyendo que su fin estaba próximo dijo:
Tengo que recoger grandes cosechas, pero no tengo molino y no hay agua cerca. Pero hay suficiente agua a cierta distancia, solo que no tendré tiempo de construir un canal, pues la duración de mi vida es incierta. Por lo tanto, estoy construyendo el molino primero y daré las órdenes para que el canal se inicie, lo que forzará a mis sucesores a llevar agua al molino terminado.
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