UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 13 Mar 2014 09:46 AM PDT
La figura más conocida de los neerlandeses que estudian el cuerpo humano en esa época es Antony van Leeuwenhoek (1631-1723), El primer encuentro de Leeuwenhoek con un cristal de aumento, una lupa, tuvo lugar a los 16 años. Entró como aprendiz en las oficinas de un mercader de tejidos escocés de quien fue posteriormente contable. Para valorar las telas, se usaba una lupa que permitía medir la densidad de fibras textiles y, por tanto, su calidad. De hecho, esas pequeñas lupas todavía hoy se llaman cuentahílos. A los 20 años volvió a Delft donde prosperó tanto económica como socialmente, formándose como agrimensor y topógrafo y siendo elegido para distintos cargos. Fue el albacea de Jan Vermeer y se piensa que Leeuwenhoek sirvió de modelo para los maravillosos cuadros “El geógrafo” y “El astrónomo” del artista, conciudadano de Delft, amigo y bautizado el mismo año de 1632. Van Leeuwenhoek fue el primero que observó bacterias, siendo considerado el padre de la Microbiología, también puso las bases de la anatomía de las plantas, la reproducción de los animales y la estructura de los cristales y describió por primera vez células sanguíneas, nematodos microscópicos, el ojo compuesto de las libélulas, la estriación del músculo esquelético y los espermatozoides (no preguntemos cómo los consiguió). Aunque su microscopio era enormemente sencillo, Leeuwenhoek abrió las puertas al estudio de la anatomía microscópica del cuerpo humano. Afortunadamente empezó a comunicar sus observaciones a un grupo de ingleses que se reunían en Londres para realizar experimentos y comentar sus descubrimientos, la Royal Society, y esas cartas llenas de dibujos y observaciones se han conservado hasta la actualidad.
..concluí conmigo mismo, que si existiera una cavidad visible en ese nervio, también yo la habría visto, especialmente ya que, si así fuera, debería ser bastante grande, y su cuerpo bastante tieso o de otra manera, las partes que la rodeaban harían presión sobre ella. Y en orden a este descubrimiento, miré cuidadosamente tres nervios ópticos de vacas y no pude encontrar ninguna oquedad en ellos; solo pude notar que estaba hechos de muchas partículas filamentosas, de una sustancia muy blanda, como si solo consistieran de los corpúsculos del cerebro unidos juntos, los filamentos eran muy blandos y sueltos…”
Sus observaciones le llevaron a teorizar que los objetos visibles ponían a esos glóbulos blandos en el extremo proximal del nervio óptico en movimiento “al igual que el movimiento se transfiere al agua al tocar su superficie”. Es posible que el microscopista holandés fuera el primero que vio los conos y bastones de la retina pero si esos glóbulos de los que él hablaba eran células nerviosas, células de grasa, productos degenerativos o artefactos ópticos es algo que no hemos conseguido averiguar.Con respecto al funcionamiento del sistema nervioso, cómo esos nervios mandaban la orden para mover un músculo, había distintas teorías. La primera eran los espíritus vitales que se movían por los nervios huecos como postulaba Descartes. La segunda, propugnada por Thomas Willis, pensaba que los fluidos nerviosos se mezclaban con la sangre y fermentaban, causando diminutas explosiones que producían la contracción muscular, mientras que una tercera teoría, defendida por Newton, era que los nervios transmitían información mediante vibraciones. La percepción de los colores se debería, según el sabio inglés, a que diferentes ondas de luz causaban modelos distintos de vibración en los nervios que van del ojo al cerebro, similar a los diferentes sonidos que producen las cuerdas de una guitarra. Los experimentos para intentar entender la transmisión neuromuscular incluyeron meter la pata de un animal en un recipiente con agua y cortar sus músculos, donde veían que no salían burbujas como se esperaría si fuese un proceso de fermentación; atar los nervios esperando que se hinchasen delante del nudo por la acumulación de fluidos o espíritus vitales, cosa que no sucedía; cortar un nervio y ver si se podían observar gotas del fluido nervioso, cosa que tampoco pasaba y, junto a todo ello, la pregunta del millón de explicar qué fluido, qué cosa, podía moverse tan rápido como para explicar las acciones de un nervio. Tendría que pasar un tiempo hasta que entendiésemos que esa transmisión nerviosa era un proceso eléctrico. Con respecto a las vibraciones el mayor problema es que los nervios parecían blandos y sin tensión y no se retiraban cuando se cortaban. Boerhaave calificó la teoría de las vibraciones como “otra idea repugnante”. A pesar de sus errores, estas observaciones fueron poniendo las bases de nuestro conocimiento de los nervios, el sistema nervioso periférico y la transmisión nerviosa. En un viaje a París, Boerhaave encontró un mendigo que usaba su calvarium –la parte superior del cráneo formada por parte de los huesos frontal parietal y occipital, lo que normalmente llamamos “la tapa de los sesos”— como bandeja para recoger limosnas.
Si le presionaban ligeramente la duramadre con un dedo, percibía como si hubiera mil chispas delante de sus ojos y si se presionaba con un poco más de fuerza, sus ojos perdían toda la visión; presionando con la mano todavía con más fuerza en la duramadre, caía en un profundo sueño, que mostraba todos los síntomas de una leve apoplejía, meramente por esta presión con la mano, que en cuanto se quitaba, él gradualmente se recobraba de los síntomas, lo primero que se desvanecían eran los síntomas apopléjicos, después la letargia y finalmente la ceguera, recobrando todos sus sentidos su perfección inicial.
Fue un caso singular pero debido a la influencia de Boerhaave abrió el estudio de las acciones directas sobre el cerebro, lesiones especialmente, y sus efectos fisiológicos. La buena fama de Boerhaave convirtió a la Universidad de Leiden en un núcleo de atracción para visitantes, estudiantes y académicos de distintos países. Las cortes europeas le mandaban discípulos para formarse con él y sabios reputados como Linneo o Voltaire viajaron para conocerle e intercambiar ideas con el científico holandés. Su fama incluso superó los límites de nuestro continente: un mandarín chino le envío una carta dirigida “Al ilustre Boerhaave, médico en Europa”, misiva que llegó a su destino.Pedro el Grande (1672-1725), zar de todas las Rusias, es uno de los monarcas que realmente merecieron ese epíteto. Con sus más de dos metros de altura Pedro sobresalía entre sus contemporáneos. Además, fue una auténtica fuerza de la naturaleza: sus guerras sin fin, sus apetitos desaforados, su crueldad aterradora, su impulso hercúleo para modernizar y hacer eficiente su país, su irrefrenable deseo de aprender marcó su siglo y su país para siempre. Cuando Pedro I vio que necesitaba incorporar a su país las tecnologías de Europa occidental puso en marcha la “Gran Embajada” en 1697-1698, y viajó con más de 150 personas para aprender los avances occidentales visitando los Países Bajos e Inglaterra. El propio Pedro trabajó en los astilleros holandeses para entender y dominar las técnicas necesarias para construir sus barcos. Allí se vestía con ropas viejas y dormía en casas humildes pero su altura le traicionaba y la gente iba a verle admirada de tener a un soberano tan cerca y verle hacer con pericia una actividad manual. Entre medias de los trabajos navales, Pedro el Grande sacó tiempo para visitar y recibir clases de Boerhaave, con quien discutió de anatomía y de fisiología. El lema de Pedro era “Soy de esos que son enseñados y busco a esos que me enseñarán”, un mensaje sorprendentemente humilde en un hombre en todo desmesurado. Cuando visitó a Leeuwenhoek, el microscopista no fue muy amistoso y según la crónica conservada de Hartsoeker, tuvo especial cuidado en no darle ninguna información sobre sus técnicas aunque parece que le regaló uno de sus microscopios. Con Ruysch, observó admirado la colección de preparaciones anatómicas, de cuerpos y órganos conservados en alcohol y también estuvo aprendiendo sobre la estructura del cuerpo humano y cómo preservarlo más allá de la muerte. Uno de los niños embalsamados era tan impactante y parecía tan natural, que el zar se agachó y besó la cara del bebé. Poco antes de su muerte Pedro I el Grande consiguió uno de sus objetivos, la creación de una Academia de Ciencias similar a la de los países occidentales, todavía la institución científica de excelencia en Rusia. Cuando sus consejeros objetaron a su plan de añadir a la academia una universidad, indicando que “no hay nadie para aprender” puesto que Rusia no tenía escuelas de secundaria, Pedro intuyendo que su fin estaba próximo dijo:
Tengo que recoger grandes cosechas, pero no tengo molino y no hay agua cerca. Pero hay suficiente agua a cierta distancia, solo que no tendré tiempo de construir un canal, pues la duración de mi vida es incierta. Por lo tanto, estoy construyendo el molino primero y daré las órdenes para que el canal se inicie, lo que forzará a mis sucesores a llevar agua al molino terminado.
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